He rebuscado en un buen puñado de periódicos y no lo he encontrado. Lo persigo desde hace algunos años, prácticamente desde el colosal fraude de Enron, pero nunca he conseguido corregir mi ignorancia. He sido incapaz de encontrar ni una sola línea que describiera en detalle los objetivos anuales de las empresas en pérdidas, que permitían a sus directivos ser acreedores de una jugosa retribución variable. Rabia, indignación, alucinación, cualquier término es insuficiente para describir el estado de opinión general sobre esos sobresueldos. Pero, a pesar de esa ira tan justa como legítima, los reportajes publicados no acaban de explicar las causas de tanto desmadre generalizado.
He visto a apesadumbrados presidentes de sociedades quebradas desfilar por comisiones parlamentarias, ruedas de prensa y bochornosas entradas en los juzgados. He oído sus vanas disculpas y sus timoratas explicaciones. He escrutado ansiosamente las comparecencias de ministros de economía y gobernadores de bancos centrales. He estudiado las páginas de catedráticos y expertos. Pero he sido incapaz, a la vista de ese infatigable empeño de la historia en repetirse en forma de escándalos, excesos y quiebras, de leer un humilde párrafo que proponga una explicación más sofisticada que la simple avaricia o imprudencia de sus directivos.
Es posible que esa ausencia se justifique por el dominio intelectual de esos mismos expertos que no fueron capaces de advertir lo que se venía encima. O mi error derive de no admitir cierta amnesia colectiva. Del olvido deliberado de esas páginas que durante más de 200 años han venido advirtiendo de los riesgos del poder ilimitado de las sociedades llamadas anónimas. Desde la ficción de Balzac, al demoledor periodismo de investigación de la mítica Ida Tarbell de principios del siglo XX. Obras tan educativas como esas webs corporativas de inspiración marxista, pero de Groucho. Las de empresas quebradas, intervenidas o nacionalizadas, con sus inspirados párrafos sobre responsabilidad social corporativa, prácticas de buen gobierno, transparencia o compromiso moral con la sociedad, que sonarían hilarantes si no fueran realmente patéticos por el drama humano que se oculta entre sus balances.
Hay que preguntarse si existe un problema más profundo que esas debilidades humanas que aparecen intermitentes en los informativos.
Si algo tan espectral como los incentivos perversos del actual modelo de propiedad y gobierno de las grandes empresas, deben encontrar hueco en los análisis y reportajes publicados en medio mundo. Si alguien está planteándose cambios en eso tan longevo como la sociedad anónima por acciones. Todo se puede reducir a un relato infinito de codicia o negligencia.
Pero cuando llegue el próximo escándalo, compare reportajes ya publicados o entre en la página web de cualquiera de las empresas envueltas en alguna polémica. Seguramente, encontrará más respuestas que preguntas.
Abogado
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