Toros

Más ruido que nueces

Las dos orejas cortadas por el diestro francés Sebastián Castella no reflejan el verdadero argumento de una corrida marcada por un público de convite que lo pasó bien a su modo. Ponce se inventó un toro y Talavante no tuvo opciones

el 03 ago 2014 / 22:33 h.

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Plaza Real del Puerto Ganado: Se lidiaron seis toros de Torrealta, muy bien presentados. El primero, inservible, resultó manso distraido y cobardón; desinflado el noble segundo; orientado y peligroso el tercero; soso y blando el cuarto; noble y blando el quinto y paradísimo el sexto. Matadores: Enrique Ponce, de estaño y oro, silencio y ovación tras dos avisos. Sebastián Castella, de azul pavo y oro, oreja y oreja tras aviso. Alejandro Talavante, de verde carruaje y oro, ovación y silencio. Incidencias: La plaza casi se llenó en tarde de agradable temperatura. Contrastó mucho el aspecto de los tendidos de la Plaza Real del Puerto -que casi se llenaron- con el paupérrimo aforo registrado en la primera corrida de esta temporada de verano. Pero todo tiene una explicación: la empresa había tenido que moverse mucho y bien entre peñas, asociaciones y hermandades del Puerto para que el espectáculo televisivo -la corrida era transmitida por Canal Plus- no enseñara las vergüenzas de estos tiempos de rigores y plazas vacías. Se cumplió el objetivo y a la hora del farragoso clarinazo que da comienzo a las corridas portuenses el aspecto de los escaños era inmejorable. Castella, a hombros en la Plaza del Puerto. / Foto: Paco Gallardo Castella, a hombros en la Plaza del Puerto. / Foto: Paco Gallardo Ponce poco pudo hacer con el primero, que pasó de distraido a manso y sucesivamente a cobardón, huyendo hasta de su sombra. El bicho acabó anidando en un rinconcito de las tablas después de tirarle dos hachazos a su matador, que le arrancó dos muletazos antes de resignarse definitivamente. El cuarto fue un imponente y hondo bicharraco -pechudo y muy armado- que el maestro valenciano brindó al público antes de torearlo con trazo elegante y mimo de niñera para evitar que se le fuera al suelo. La faena entró en un breve paseje de relajo pero el escaso brío del pupilo de Torrealta ralentizó el ritmo del trasteo, que entró en una segunda fase en la que hubo más fe y empeño del valenciano que contenido en el animal. La alquimia de Ponce acabó por hacer pasar al toro en muletazos a cámara lenta, con la muleta a milímetros de los pitones, que terminaron de obrar el milagro en el colofón de la larguísima faena, que no tuvo refrendo con el acero. Espada y descabello se atascaron y sonaron dos avisos aunque la parroquia agradeció al diestro sus desvelos. La primera oreja de la tarde la había cortado Castella gracias a una faena en la que hubo mejor principios que finales. Pero ese segundo, que había resultado bravito en el caballo, ya estaba desangrándose a chorros cuando el diestro francés lo pasó en los medios con ceñidísimos pases cambiados por la espalda que constituyeron el pasaje más intenso de su faena después de que Chacón lo cuajara con los palos. Castella aún se relajó en algunos naturales llenos de cadencia pero el toro ya estaba perdiendo fuelle sin remedio hasta rodar por los suelos en dos ocasiones. Una estocada entera y el recuerdo de los tramos más felices de su labor pusieron en sus manos una oreja amable en la que tuvo mucho que ver la naturaleza del público conviddo que había entrado en la Plaza Real con la pólvora del rey. El quinto se movió en el segundo tercio, que aprovechó Ambel Posada para lucirse con excesos de retórica. No mantuvo el mismo brío en la muleta, que Castella manejó con creciente templanza aunque salpicando algunos enganchones inoportunos. La faena, un punto encimista, rompió en una serie de redondos pero se relajó más en algunos naturales dichos a sorbitos mientras se acababa la mecha del animal, al que no le faltó nobleza. Un circular invertido y un desplante predispusieron al público, que jaleó los muletazos finales de una faena que se sí se pasó de metraje. Alejandro Talavante -el nuevo azote de Twitter- tragó tela con un tercero de aviesas intenciones y peligro escondido que echaba el freno en los embroques y le medía todo el cuerpo. Andar en la cara, citarlo formalmente y aguantar esas miraditas tenía todo el mérito del mundo. Aún le quedaba el sexto, que evidenció sus pocas fuerzas desde que apareció por la puerta de chiqueros. Talavante lo toreó con mimo mientras le cantaban desde el tendido. Pero el toro se atrancó a la segunda serie y ahí se acabó la faena. El pescado estaba vendido.

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