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"Me he dado cuenta de que mi madre no es un enemigo"

La Fiscalía de Sevilla abrió diligencias a casi medio millar de menores que fueron denunciados el año pasado por malos tratos a sus padres

el 05 abr 2014 / 22:30 h.

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CENTRO DE MENORES EL LIMONAL «Si hubiera seguido igual que antes, sabe Dios cómo hubiera acabado». Jerry tiene 17 años y es uno de los centenares de jóvenes que cada año son denunciados por haber maltratado a sus padres. Como él, 434 menores acabaron inmersos en un proceso judicial el año pasado, según los datos de la Fiscalía de Menores. Fernando es otro de estos chicos que sólo lleva cuatro meses acogido al programa Abarca que desarrollan en el centro en el que se encuentra internado, y en el que se  trabaja con los menores y sus padres para tratar el problema de la violencia de forma integral. En este tiempo ya ha sido capaz de darse cuenta de que, lejos de un castigo, está viviendo «una segunda oportunidad» y que su madre «no es mi enemigo». Jerry y Fernando son dos de los chicos que forman parte de esta experiencia pionera que supone el programa Abarca, que comenzó a aplicarse en el centro de internamiento de menores El Limonar, dependiente de la Consejería de Justicia y gestionado por la Fundación Diagrama, hace ya ocho años. El éxito de este proyecto radica en que se trabaja «con terapias en grupo con las familias» porque tras los casos de malos tratos hacia los padres se esconde «un problema familiar y por eso lo primero es encontrar el daño, el sufrimiento, para poder trabajar con ellos», explica Emilio Fernández, director del centro, en el que la mayoría de los 31 chicos internados han llegado hasta allí por este tipo de delito. «Hay veces que nos llegan jóvenes porque han cometido otro delitos, pero aquí detectamos que previamente es que había existido maltrato hacia sus padres», señala el director. En estos casos, «informamos a la Fiscalía con el pertinente informe para empezar a trabajar también ese problema», otras veces son menores que «fuera de casa tienen un comportamiento ejemplar, pero explotan en la convivencia familiar», puntualiza el subdirector, Juan Andrés Mateo. Jerry lleva ya 14 meses siguiendo este programa y asegura que su experiencia «ha sido muy positiva porque he tenido un cambio de actitud», aunque lo mejor para él es que «antes tenía muy mala relación con mi madre, ya ahora es mucho más tranquila». «Lo que me decía mi madre era por mi bien, pero yo creía que lo que me decía era para fastidiarme. Te das cuenta de eso cuando estás en el centro», explica. La clave está en que el equipo técnico de este centro lleva más de un año trabajando con este chico y con su madre. «Hay cinco áreas de intervención que vamos desarrollando de forma paralela: con el chico solo, con los padres solos, con un grupo de chicos, con un grupo de padres y con la familia», señala el psicólogo del centro, Fernando Blanco. «El programa Abarca era una demanda imprescindible, porque se trata de un delito que crea un sufrimiento a toda la familia». A su lado, Mateo asiente y le recuerda cómo un padre les exclamó con lágrimas en los ojos «Dios mío, dónde estabais antes», cuando comenzó a acudir a las terapias grupales con otros padres que estaban pasando su mismo «calvario» y «desesperación» . Pocos son los padres que se atreven a hablar de este asunto, «porque a nadie le gusta contar que su hijo le pega. Las familias lo han tenido como un tabú», dice Blanco. Sin embargo, se trata de un problema presente en la sociedad y cada vez más frecuente como demuestra el número de denuncias anuales cercanas al medio millar, si bien no todas acaban en condena. Además, no es un delito que se dé exclusivamente en familias de zonas marginales, «la mayoría de los chicos que tratamos son de clase media, y de padres con cierta cultura», señala el psicólogo que, a su juicio, el que tengan cierta formación puede ser el motivo por el que estos padres «sepan dónde buscar una solución». Aún así, no todos están preparados porque detrás de estos chicos hay unos progenitores que han tenido que dar el difícil paso de denunciar a un hijo. «Para un padre es algo muy duro, y la mayoría llega aquí con un sentimiento de culpa terrible», destaca Fernández. De hecho, una de las pautas que se marcan en El Limonar es evitar que la denuncia sea retirada, «porque esto es una solución, pero se necesita como mínimo un año para lograr asentar las herramientas que les damos a los chavales y a sus padres», explica. Fernández incide en los casos en los que los menores llegan a este centro como medida cautelar, es decir, mientras esperan que se celebre su juicio. «En algunos casos pasan dos meses o tres y como los padres ya ven un cambio de actitud en su juicio, quieren retirar la denuncia porque su prioridad es que vuelvan a casa cuanto antes, sin embargo, les convencemos de que lo mejor para ellos es que sigan aquí, porque cuando vuelven a casa, recuperan las actitudes agresivas». En este centro están acostumbrados a ver cómo las madres llegan a dejar a sus hijos y se van llorando. «A las madres siempre les pregunto: ¿cuándo fue la última vez que dormiste bien una noche? Ellas siempre contestan que ni se acuerdan. Y yo les digo que está noche va a ser la primera, porque van a dormir tranquilas, porque su hijo va a estar bien y va a dormir también tranquilo. Cuando pasa un tiempo me dicen que tengo razón», relata Mateo. Al final, se convierte «en una solución. Hay esperanza», dice Fernández. «Trabajamos con muchas emociones, hay sesiones que son muy tensas», señala Reyes Ruiz, la trabajadora social del centro. A ese sentimiento de culpa hay que unir el de resentimiento de los hijos hacia sus padres por denunciarles e internarlos en un centro. «Cuando llegué aquí le tenía coraje a todo el mundo», asegura Fernando, que cuatro meses después afirma que le ha «cogido cariño» a todo el equipo del centro y que «todas las personas que nos ayudan merecen ser reconocidas porque hacen una gran labor y siempre están ahí». Es la predisposición inicial negativa la que hace que cuando el menor ingresa en el centro no tenga contacto alguno con la familia. Los padres sólo tienen conocimiento de cómo le va a su hijo a través de la trabajadora social, «normalmente ellos hablan por teléfono, pero para evitar posibles tensiones soy yo la que les informa». El primer contacto llega en forma de carta, «que es algo más distante y una forma de expresar sentimientos sin que se generen conflictos», explica Ruiz. Mientras tanto, padres e hijos por separado van recibiendo las terapias en las que se trabaja en detectar el problema y «para cruzar datos, conflictos» que detectamos en una de las partes para enfrentarla a la otra. Así hasta que «creemos que ya están preparados para un primer contacto», aunque a veces no siempre ocurre así «y tenemos que suspender porque vemos que todos están muy tensos y antes de que se genere un conflicto o una discusión preferimos anular la cita y continuar trabajando», indica. Una vez que todos están preparados padres e hijos se reúnen periódicamente con el equipo técnico para sincerarse y poner sobre la mesa todos los miedos, rencores y el sufrimiento que llevan dentro. «Las sesiones son muy duras», explica Fernández, mientras esperamos que Ruiz y Blanco terminen con una de estas terapias que ya se extiende más de una hora de los inicialmente previsto. «Nunca sabemos cuánto va a durar, porque hay veces que los chavales o los padres están más reacios, en otras están más dispuestos a sincerarse o rompen a llorar y esos sentimientos que destapamos, luego hay que cerrarlos bien», dice. «Yo estoy muy contento, a mi madre le cuesta cambiar, pero la vamos a cambiar. Es un diamante en bruto que hay que pulir», afirma entre risas Fernando, consciente de que él no es el único que tiene que cambiar actitudes para lograr una convivencia pacífica en casa. El siguiente paso son los permisos, primero de fines de semanas y luego más largos, en los que las familias tienen que poner en práctica las herramientas adquiridas. «Eso es lo que nos interesa, saber cómo reaccionan en su realidad», destaca Fernández, quien incide en la importancia de la colaboración familiar, pues tras las visitas la trabajadora social se encarga de hacer una evaluación de cómo han sido. «Si nos mienten, de nada sirve todo esto», asegura. Aún así, él es consciente de que su problema era «que hacía lo que quería, veía a mi madre como una persona pesada y exigente, pero lo único que hacía era aconsejarme en los bueno». «Yo iba a mi bola, no quería que me dijeran nada», afirma Jerry, que reconoce que su problema de conducta se agravó cuando comenzó a consumir droga. «Nada más que quería consumir y que me dejara», pero ahora afirma que ve a sus amigos «y veo a tres o cuatro enganchados que pueden acabar mal». «Mis amigos los cuento con los dedos de una mano. Y aunque antes sabía que de los amigos no te puedes fiar, ahora sé que muchos se acercan porque les conviene, por el interés,« dice Jerry, casi a la par que Fernando apunta: «están tus padres y nadie más». Eso es, precisamente lo que más ha marcado a este joven, «el aprender a valorar lo que tienes en casa», un mensaje que él quiere trasladar a otros chicos que como él tienen problemas en casa por su actitud violenta, «que miren lo que tienen en casa, que es lo único que les va a quedar y que miren por su padre y su madre porque ellos van a estar ahí siempre. Y que no tiren su vida por los suelos», asegura, mientras Jerry afirma con la cabeza. Y lo hace porque su vida ha dado tal giro que de verse en la calle todo el día, tras haber abandonado los estudios, ahora ha recuperado ese tiempo y,  además de prepararse para la ESO,  ha participado en un programa en el que los jóvenes colaboran con un centro de día de Alcalá de Guadaíra, donde está ubicado El Limonar, cuidando a personas con alzhéimer. «Ha sido una experiencia muy positiva y he aprendido mucho. Les coges mucho cariño», dice Jerry, mientras Fernando señala entusiasmado que él ya ha solicitado ese programa. «A ver si me lo dan», desea. Los dos chicos incluso animan a esos menores que están a punto de entrar en un centro de reforma porque han cometido un delito. «Cuando me dijeron que iba a venir aquí creía que esto iba a ser como el del niño del pijama de rayas», dice riéndose, «pero esto es para nuestro bien», a lo que Jerry añade que «incluso nos han enseñado a hablar bien». «Y a coger una fregona, tenemos que limpiar nuestra habitación y yo eso no lo había hecho nunca». «Que no lo vean como un centro. Aquí te enseñan a vivir sin cosas malas, de buena manera. A tener un futuro».

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