En medio del pesimismo existencial y de las narraciones en negativo, el escritor leonés Luis Mateo Díez (1940) ha querido, en su nueva novela, La gloria de los niños (Alfaguara), contar una historia iniciática, un viaje alrededor de Pulgar, "un niño heroico al que le mueve la fuerza de su bondad".
Podría parecer una novela sobre la Guerra Civil, pero no lo es, podrían sugerir las primeras páginas una fábula al estilo de las de los hermanos Grimm, pero no es esa la intención. Luis Mateo Díez ha firmado una concisa novela que huele a modernidad y que se encontrará sola en las estanterías de las librerías. Sola porque lo que el autor de El diablo meridiano defiende son "los valores de la bondad y la inocencia perdidos con el paso de los años". "He querido contar una historia positiva, un cuento adulto de superación plagado de sentimientos puros", dice el autor.
Pero no menos cierto es que la maldad y el lado oscuro de los humanos son aspectos mucho más literarios que el bien. Por eso mismo, Mateo Díez, consciente de la dificultad de su empresa, ha trufado su narración de símbolos (desde el neorrealismo italiano a los cuentos de hadas) en su afán por contagiar al lector de los "valores perdidos de la infancia". En La gloria de los niños, el escritor sigue las andanzas de un pequeño de la posguerra, Pulgar, desamparado y perdido, que recibe el encargo de su padre furibundo de encontrar a sus hermanos.
"Todos los hombres y mujeres adultos somos huérfanos del niño que fuimos", continúa el autor, para luego citar a Rilke: "La infancia es la patria perdida del hombre". En Pulgar, el protagonista de su nueva novela, se reúnen todos los ingredientes del "niño heroico", esa figura literaria que desde hace siglos ha servido en la literatura para ilustrar el estado de gracia en el que viven los pequeños, "preñados de bondad y de pureza". "Me niego a pensar que la maldad domina el mundo, en cualquier rincón hay chavales tan valientes como Pulgar", dijo.
Pero La gloria de los niños es, además de un canto a la infancia, un libro atmosférico, "preso de una niebla fría y de un color blanco y negro", fondo adecuado para un ambiente de posguerra. "Mi relato pudo suceder tras la Guerra Civil, pero también en cualquier otra situación mundial de conflicto", argumenta el académico. "Literariamente me interesan esos tiempos de desolación, de seres humanos perdidos y de un niño que camina por ese mundo derruido donde la supervivencia es extremadamente difícil", añadió el escritor. Así, durante esos momentos solo queda "la esperanza de reconstruir el mundo y la voluntad de volver a vivir".
Heredera del tono legendario y a la vez cotidiano de los cuentos populares, el nuevo libro de Mateo Díez está recorrido también por cierto aire de picaresca, influencia que el escritor cifra en el magnetismo de los personajes del Lazarillo de Tormes.
Con un decorado realista y misterioso, Mateo Díez ha ido tejiendo los hilos de un relato que evoluciona con una cadencia que el propio autor reconoce "muy cinematográfica". "Muchas personas me dicen que detrás de cada novela que firmo está el guión de una buena película, yo eso no lo sé porque jamás creo desde la imagen, sino desde la palabra", asevera el autor. A pesar de ello, la imagen de portada remite al lector al mundo del séptimo arte, a la película Ladrón de bicicletas y a su protagonista, el pequeño Bruno, "él ha motivado en parte que yo escribiera este libro".