Cultura

Media vida juntos

Manolín Berraquero, guitarrista que acompañó a El Pali cuado tenía 15 años y no separó de él hasta la muerte del trovador, recuerda cómo era trabajar a la sombra del genio del Arenal.

el 22 jun 2013 / 22:18 h.

Braulio Bernal (guitarrista), Manuel Equivias Franco (Teniente General de la Segunda Región Militar ), el Pali y Manolín Berraquero. Braulio Bernal (guitarrista), Manuel Equivias Franco (Teniente General de la Segunda Región Militar ), el Pali y Manolín Berraquero. Manolín Berraquero (Sevilla, 1960), empezó a acompañar con su guitarra a El Pali desde los quince años, y siguió haciéndolo hasta la muerte del Trovador de Sevilla, en 1988. En aquel momento contaba 28 años y poseía ya un bagaje artístico considerable, pero sobre todo un acopio de recuerdos imborrables de sus andanzas conPacoPalacios. “Mi padre, que lo conocía bien, se enteró de que necesitaba un guitarrista, y me llevó a su casa para presentármelo”, recuerda el músico. “Yo en aquella época tocaba en la academia de Matilde Coral, y desde luego conocía de sobra la figura de El Pali. Se mostró muy simpático, muy cercano, y a partir de ese momento empezamos a colaborar, lo que para mí supuso un orgullo”, agrega. Corrían los días de gloria del Trovador, con una media de dos o tres galas por semana, de modo que el joven Berraquero empezó a ganar jurdós mucho antes que el común de los chicos de su edad. “Yo estudiaba Formación Profesional en Universidad Laboral, y aquello me parecía que estaba muy bien pagado. Ganar diez o quince mil pesetas entonces era una suerte. Con el Pali, además, aprendías”, afirma. Según evoca Berraquero, lo mejor de trabajar con El Pali era “la creatividad que tenía. Te decía ‘pon la cejilla en el cinco, y a partir de ahí se ponía a crear libremente. Sacábamos todo en un momento, no estábamos limitados ni con la claqueta ni con nada. Alargaba los tercios como quería, y así lograba cosas extraordinarias. Sabía que una cosa era cantar para el baile, y otra meter la sevillana por seguiriya, haciendo –como a él le gustaba decir– cante grande”. Otra cuestión era cuando tocaba meterse en el estudio. “Sólo teníamos método de trabajo cuando había disco nuevo. Ensayábamos el repertorio antes de entrar a grabar, y ya no volvíamos a ensayar esos cantes nunca más. Sobre el escenario nos decía ‘voy a cantar tal’, y nosotros la tocábamos”, comenta el guitarrista. “Una vez en el estudio, a veces le costaba más, porque ahí sí había que ir en claqueta. Le fastidiaba mucho, porque lo que le gustaba de verdad era recrearse”, añade Manolín Berraquero, quien grabó un único disco con el maestro, Sevilla mía, fechado en 1983. En el recuerdo del músico se agolpan los buenos recuerdos, como aquel Festival de la Sevillana de Barcelona en el que El Pali se codeó con todos los grandes (“Y cuando salía a escena, se notaba”, sonríe), o las mil y una anécdotas que hicieron de Paco Palacios una leyenda. “Lo conté en el libro de Antonio Ortega, una vez estábamos tocando en la calle Salado, todos los fines de semana durante un mes, y al término de un concierto, mientras tomábamos una copa, llegó el dueño de una conocida zapatería de la calle Sierpes con unos amigos, y le pidieron con insitencia si podía hacerles ElAlfarero. “Si lo quieres, nos tienes que regalar un par de zapatos a cada uno de los que estamos aquí”, dijo El Pali, y el zapatero consintió. Se lo hizo, y al día siguiente estábamos todos en la zapatería. Nos llevamos unos zapatos que costaban un pastón, y cuando volvimos a encontrar al zapatero, le dijo: ‘¿Por cantar El Alfarero te has llevado esos zapatos?’ Y El Pali respondió: ¿Qué querías que me llevara, una alpargata de costalero?’”. “Tenía un ingenio innato”, prosigue Berraquero. “Si llegaba a un pueblo que no conocía, lo primero que hacía era parar en la gasolinera y preguntar por el santo o la patrona del lugar. Se iba inventando sobre la marcha una sevillana para cantarla por la noche, y claro, la gente se volvía loca”. Pero también conoció la decadencia del artista, primero cuando la moda deCantores de Hispalis relegó a un segundo plano la sevillana tradicional –“no le gustaba nada, decía que había que cantar sólo con guitarra y palillos, sin tanta orquesta”– y luego cuando empezó a abusar del alcohol y a descuidarse. “Era algo muy desagradable, tuvimos que darle un ultimátum, incluso. Luego empecé con Távora en la Cuadra, y en mayo de 1988 decidí unirme a la compañía. ‘Si no viene Manolín, no trabajo más’, dicen que dijo Paco, y en junio murió”. De aquello hace 25 años, pero no hay un día en que Manolín no recuerde al maestro. “Conservo una guitarra que me regaló, y creo que su obra está ahí, no hay quien no se sepa una sevillana suya.La gente lo sigue admirando”.

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