Cofradías

Mi papeleta

La opinión de Ana María Ruiz Copete

el 13 mar 2015 / 09:25 h.

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Desde los primeros días de este mes de marzo, ya en plena Cuaresma, las casas de las diferentes hermandades bullen repletas de gente. Personas de todas las edades y condiciones forman interminables colas y se disponen a aguantar estoicamente el tiempo que haga falta para conseguir ese preciado trozo de papel impreso o, en menos ocasiones, escrito a mano, en el que aparece junto a nuestro nombre el sitio que ocuparemos en la Cofradía. Han transcurrido ya casi treinta años desde que, por primera vez, llevé a cabo ese ritual en una inhóspita casa de hermandad, de interminables y altísimos escalones por los que, a duras penas, se podía dejar pasar a los hermanos que, después de haber recogido su papeleta, querían salir de aquel laberinto. Sin embargo, ninguna de aquellas evidentes incomodidades me parecían tales. Nada tenía importancia comparado con lo que significaba el hecho de que, por fin, iba a conseguir mi primera papeleta de sitio, después de tantos años anhelándola. Para ser sincera, ni siquiera recuerdo dónde me pusieron ese año, porque jamás he pedido un sitio o puesto en la Cofradía, pero lo que nunca olvidaré es mi enorme alegría cuando el secretario me entregó la papeleta y mis manos, temblorosas de impaciencia, la recogieron. Ha pasado mucho tiempo y muchas cosas han cambiado, desde entonces, y las nuevas generaciones de hermanas nazarenas, afortunadamente, han crecido en un mundo en el que ya nadie plantea la conveniencia o el derecho de las mujeres a participar en el acto de culto externo más importante de las hermandades de penitencia de nuestra ciudad. Estoy convencida de que todas las mujeres, que vivimos aquellos años en los que se nos cuestionaba el derecho a participar en una estación de penitencia y en los que, sistemáticamente, se nos negaba la papeleta de sitio, nunca olvidaremos la enorme ilusión y felicidad que nos embargó –y me atrevo a hablar en nombre de todas– en el momento en que nos dieron esa primera papeleta de sitio. Todavía hoy día, después de tantos años y a pesar de que no sentir ya ni zozobras ni temores, sigo recordando aquella primera vez y experimentando ese especial regocijo al recoger mi papeleta.

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