Cada vez que se habla de los grandes del cine de animación actual, dos son los nombres que siempre saltan a la palestra. El primero, Pixar, que con cada nueva producción ha conseguido alcanzar nuevas cotas de perfección cinematográfica, ya sea en lo meramente visual, ya sea en la trascendencia en la historia del cine que cada una de ellas se ha ganado a pulso.
La segunda, Ghibli, la productora que Hayao Miyazaki ha llevado a lo más alto de la animación internacional sin perder nunca el norte, concretando a través de sus inicios en la televisión (suyas fueron las series de Lupin, Conan el niño del futuro, o la magnífica Sherlock Holmes) y de sus muchas incursiones en la gran pantalla todo un particular universo.
Qué duda cabe que, de estas últimas, las más conocidas han sido las que han visto la luz bajo la dirección de ese genio del manga y el anime que es Miyazaki, un personaje afable y cercano que logró conseguir el Oscar a la Mejor Película de Animación con la maravillosa El viaje de Chihiro y del que nos llega ahora, veintiún años después de su estreno en Japón, su tercer título, Mi vecino Totoro, una cinta que se ha convertido por derecho propio en uno de los grandes clásicos del cine de animación y en el referente del estilo de Studio Ghibli. Narra la historia de dos niñas, Satsuki y Mei, que se han trasladado al campo a vivir con su padre, mientras su madre se recupera de una grave enfermedad.
En el bosque cercano, Satsuki y Mei descubren la existencia de seres extraordinarios, que sólo pueden ser vistos por personas de corazón puro. Cuando Mei, intentando llegar al hospital para ver a su madre, se extravía, Satsuki recurre a Totoro, el rey del bosque, para que le ayude a encontrar a su hermana pequeña. n
