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Montar el tigre del cambio

Pese a los optimistas augurios que los analistas despliegan estos días, la Cumbre del G-20 del pasado fin de semana transmitió una sensación de concilio de iglesia en decadencia, armada con más fe que ideas. La escena reflejaba una enorme distancia física, emocional, aliñada con una gran frialdad ambiental...

el 15 sep 2009 / 18:36 h.

Pese a los optimistas augurios que los analistas despliegan estos días, la Cumbre del G-20 del pasado fin de semana transmitió una sensación de concilio de iglesia en decadencia, armada con más fe que ideas. La escena reflejaba una enorme distancia física, emocional, aliñada con una gran frialdad ambiental, confirmada por las grisáceas cristaleras y los techos infinitos. Con un lenguaje dominado por el equilibrio entre rentabilidad y regulación, pero amnésico de los efectos reales más allá de los mercados. En ese sentido, un buen amigo paleontólogo me cuenta que es imprescindible recurrir a la ecología para poder entender y superar esta crisis. Porque a pesar de lo dicho y hablado en la Cumbre, hoy es imposible pensar sin entender que el planeta funciona como un sistema único y autorregulado, formado por componentes físicos, químicos, biológicos y humanos.

Es probable que el humilde éxito de esta Cumbre haya radicado en las magras expectativas o en la novedad de su formato. Pero ante la creciente complejidad de los problemas energéticos, climáticos, financieros, productivos, alimentarios, geográficos o culturales, uno no puede evitar cierto desasosiego. Como decía Pierre Dac, "cuando uno ve lo que ve y oye lo que oye, hace bien en pensar lo que piensa". Estos días se ha podido ver el abuso de posiciones excesivamente nacionales, sin ideas o valores relevantes, que confirman, por desgracia, aquello que decía McLuhan, los "políticos aplican las soluciones de ayer a los problemas de hoy". Un cónclave con excesiva prisa, con demasiada presión por el corto plazo, obsesionado con la alargada sombra de Bretton Woods. Con demasiado énfasis en las estructuras financieras y con nula atención a los procesos globales que se derivan de las decisiones económicas.

Hablando de la Cumbre, mi amigo insiste en la necesidad de una visión más integral de nuestras sociedades, más ecológica. Renunciando a ideas prematuramente viejas y aceptando la necesidad de un nuevo paradigma global. Ante sociedades que experimentan cambios estructurales masivos. En un proceso de globalización económica y tecnológica en un modelo de conflicto, lo que llamaba Hazel Henderson "montar el tigre del cambio". Con zonas de resistencia institucional y cultural. Con gobiernos que se vuelven rígidos, defensivos, amenazados. Con amplios sectores sociales que padecen una progresiva incertidumbre, con un cuestionamiento de sus valores convencionales. Pero también con un avance casi invisible de sensibilidades nuevas, donde los problemas se revelan como oportunidades.

Puede que sea cierto lo que decía Lovelock, que "somos peligrosamente ignorantes de nuestra propia ignorancia y pocas veces conseguimos tener una perspectiva global de las cosas". Pero lo que si parece evidente estos días, mirando la inmensa mayoría de los rostros de la Cumbre, no es sólo la ausencia de inteligencias como Keynes, White o Mendès-France, sino que ese tigre del cambio sigue suelto y no hay nadie que lo monte.

Abogado

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