Juan Antonio Ruiz Espartaco, ovación.
Pepe Luis Vázquez, ovación
Julio Aparicio, ovación tras dos avisos.
Morante de la Puebla, oreja.
Cayetano, silencio
El novillero Fernando González, ovación
La plaza registró tres cuartos de entrada en tarde espléndida.
Un Morante sembrado, perfectamente enhebrado con la noble y enclasada embestida de un cuvillo al que le faltó algo de fibra, llenó de contenido el recuperado festival de la Hermandad de los Gitanos de Utrera. Algunos iban buscando otros protagonistas de mayor peso en el papel couché pero fue el de la Puebla el que encandiló a todo el que quiso enterarse del chaparrón de toreo y arte natural que justificó la excursión a Utrera.
A pesar de todo, la mayor parte del público se mostró frío en exceso con el diestro cigarrero que enjaretó un ramo de bellísimas verónicas para comenzar un recital que vivió una de sus cumbres en un quite antológico que en otro tiempo ya sería leyenda. No se puede torear más despacio con el percal. En un escenario mayor, con una parroquia más metida en harina, el clamor se habría oído en la sierra de Ronda.
Pero daba igual, Morante -tocado con un sombrero de alas cortas y protegido con zahones- mantuvo el mismo tono en un quite de chicuelinas de color sepia y manejó la muleta con dulce y sencilla naturalidad. El toreo fundamental, por ambos pitones, fue un dechado de temple y verdadera pureza. Los adornos y los alardes de imaginación, un auténtico vademecum de lo mejor de la historia del toreo. ¡Qué se harto de torear! Y se vació con el noble novillo de los Núñez del Cuvillo en una faena larga y ancha que sólo habría necesitado de algo más de racita en el oponente y una mayor calidez ambiental.
Poco más hay que contar de un festejo que abrió Espartaco, molesto y precavido con un flojo ejemplar de Lagunajanda que le llegó a pegar un achuchón sin consecuencias. Sí hubo algunas gotitas, muy leves, del toreo sevillano de Pepe Luis Vázquez que dejó por aquí y por allí algún apunte de ese toreo añejo que gusta tanto a los cabales. Julio Aparicio, que montó un buen guateque para que le devolvieran un toro de Algarra por presuntos problemas visuales, se animó luego con un sobrero de Murube que sí le dejó expresarse en una faena algo inconexa y salpicada de chispazos de genialidad. Cayetano enseñó pocos recursos con el complicado murube que le tocó en suerte y anduvo a la deriva. El novillero local Fernando González, que se llevó varios mamporros, mantuvo la dignidad y se entregó a tope con los suyos.
Por cierto, Curro y Paula estuvieron en la plaza, cada uno por su lado. Pero, según dicen, declinaron bajar al ruedo para recibir el homenaje que les habían preparado los hermanos de Los Gitanos. Otra vez será.