Toros

Morante, un viaje a las fuentes

El diestro de la Puebla cortó tres orejas y se impuso a las circunstancias en su trascendental encerrona rondeña.

el 07 sep 2013 / 21:46 h.

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Morante de la Puebla en la Goyesca de Ronda. /EFE Morante de la Puebla en la Goyesca de Ronda. /EFE  

  • Plaza de la Real Maestranza de Ronda
  • Ganado: Se lidiaron cinco toros de Juan Pedro Domecq y uno, quinto,marcado con el hierro filial de Parladé, bien presentados. El primero no pasó de flojo y deslucido; no tuvo entrega el segundo; noble y tardo el tercero; sin alma el cuarto; de más a menos el quinto y muy desinflado al final el que hizo sexto.
  • Único espada: Morante de la Puebla, de azul pavo con pasamanería negra: ovación, oreja, dos orejas, silencio, ovación tras dos avisos y gran ovación de despedida. Se lo llevaron a hombros hasta el hotel.
  • Incidencias: La plaza se llenó hasta la bandera en tarde fresca y agradable. Actuaron como sobresalientes Fernández Pineda y El Duende. Destacaron los banderilleros Paco Peña, Santi Acevedo y Sobrino.
  FOTOGALERÍA COMPLETA DE LA CORRIDA   No le había servido el primero, un toro protestón y flojo al que consintió más de lo que merecía. Tampoco pudo ser con el segundo, otro animal falto de bríos al que enjaretó un puñado de ayudados añejos antes de sobarlo hasta meterlo en la canasta. Fue una labor de intensidad creciente que le sirvió para cortar el primer trofeo. Pero la tarde alcanzó su cumbre en el tercero, recibido con un mazo de sabrosas verónicas, más arrebatadas que perfectas, a las que siguieron otras mucho más tersas, abrochadas con una media sin nombre. El motor del toro parecía bajo mínimos pero el gran artista se entregó a tope, metidito entre las rayas, para cuajar una faena honda, dicha muy para adentro que vivió sus cimas más altas con la mano izquierda, a pies juntos, muy metido dentro de un toro -cruzado siempre- que acabó tomando la muleta con sosa nobleza a pesar de sus escasos bríos. Fue el Morante del cante grande, del toreo natural y el compás antiguo de guajira y milonga. El público -mucho más taurino que el personal del colorín de otras ediciones- se entregó por completo con la labor del diestro cigarrero, que no se dio coba con el deslucido retinto y ojinegro que hizo cuarto. Tocaba abreviar. Pero la fiesta volvió a animarse a la salida del cuarto, un astado al que supo torear muy en redondo, obligándolo siempre hacia adentro en una faena que iba camino de lucrar nuevos trofeos. Los muletazos iban subiendo de ritmo y los remates, con esas brujerías que sólo a él le salen, tenían a a parroquia puesta en pie antes de que, al intentar igualar al toro, le pegará un serio arreón que le hizo salir por pies. La faena se hundió en ese mismo momento en una sima sin fondo y Morante pasó las de Caín para echar abajo al bicho, que le esperaba con mal aire. Una ovación de cariño, una larga en el tercio y un lío con el capote volvió a disparar la fiesta. El sexto, de irreprochable presentación, humillaba y hacía cositas buenas y Morante tenía ganas de marcha. Pidió las banderillas y hasta se sentó en la silla para dibujar un aguafuerte de Goya que acabó con el asiento hecho pedazos. Las palmas echaban humo pero la nefasta lidia y el millón de mantazos que le habían pegado sus hombres durante la lidia acabó parando los pies de ese ejemplar. La faena se acabó en su inicio y aunque no se movió ni un alma esperando que Morante pidiera el sobrero se despidió de la presidencia con una sonrisa. Se lo llevaron a hombros al viejo hotel Victoria.

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