Cultura

Morante y El Juli rubrican su condición de primeros tenores

el 08 ago 2010 / 20:03 h.

A la nutrida parroquia le traía al fresco pero en el argumento íntimo de la corrida coleaba el baile de corrales que suele preceder a la mayor parte de las comparecencias de Cayetano. En la tarde del sábado ya se hablaba de los problemas que arrastraba el escogidísimo encierro de Zalduendo para pasar el primer reconocimiento veterinario. Las peores previsiones se confirmaron hasta en el último chiringo de las playas de Vistahermosa a la vez que se especulaba con una posible suspensión. A las tres de la tarde aún no se había sorteado y el ambiente andaba más que caldeado, pero la firmeza presidencial obligó a enlotar la escalera de color que se había repescado aquí y allí. Los habituales manejos de Curro Vázquez, que ahora también salpican a Morante, volvían a dar la razón a aquellos que sostienen que Cayetano no quiere ser un torero de la parte seria.

A pesar de todo, el ambientazo no dejó de acompañar a este postrer festejo de la miniferia veraniega programada en el coso real de El Puerto. El capote de Morante estalló en un quite de arte y ensayo y nos hizo olvidar todo. Ese primero, feote y cornalón, permitió al diestro de La Puebla cuajar un trasteo basado en el mejor toreo al natural al que no faltó la emoción de una cogida incruenta. Morante también toreó al ralentí manejando la mano derecha aunque al toro, siempre noble, le faltó motor para aguantar el ritmo de un trasteo en el que hay que anotar tres o cuatro diabluras marca de la casa. Hasta le endiñó varios muletazos con media espada enterrada arriba pero la muerte se hizo esperar y los trofeos volaron.

Al terciado y alegre cuarto le firmó un excelso inicio de faena enmonterado antes de descubrirse y brindar la faena al convento. Morante toreó entregado y con el alma en una faena algo irregular que encontró su mejor tono en el toreo diestro. Por ahí lo bordó el matador cigarrero, que luego pinchó más de la cuenta aunque la vuelta, con aire de bulerías, le tuvo que saber a gloria.

Causa extrañeza que El Juli se preste a los enjuagues de señor Vázquez. No le va nada. Tampoco le va sortear la jirafa que hizo segundo, al que enjaretó un quite entre tijerillas y talaveranas que entusiasmó al personal. Afortunadamente, el galafate tenía buen fondo y el madrileño le cuajó una faena que marcó su cumbre en el macizo toreo al natural que le ha convertido en gran intérprete. Pero El Juli también apostó todo con la derecha y se regodeó en un cambio de mano que cosió a nuevos naturales largos y tersos –esperando siempre al toro y toreando con todo el cuerpo– en los que puso su firma de número uno indiscutible. Marró con la espada pero el faenón, ahí quedó. Con el acochinado e inválido quinto, que no tuvo mala condición, hubo temple, técnica y poca emoción.

Llegaba Cayetano: amparado en su porte aristocrático y haciéndose perdonar con un vibrante inicio de faena genuflexo que reveló la calidad del tercero, tan humillado como rajadito. Cayetano toreó con empaque de Ronda pero desnudo de técnica y recursos y excesivamente despegado. El toro, con sus cosas, era de lío y el menor de los Rivera Ordóñez volvió a evidenciar sus lagunas oceánicas. No mejoró la decoración con el noble y flojo sexto, que brindó a Morante y El Juli. Se lo pasó a cien kilómetros.

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