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Cultura

Morante y Ventura honran a los centauros del Sur

El matador de La Puebla del Río y el jinete afincado en Sevilla se cambiaron los papeles para lidiar al quinto toro de la tarde en un festival celebrado en el pueblo de Morante.

el 25 oct 2009 / 20:37 h.

Insólita y bellísima estampa de Morante de la Puebla a caballo, como rejoneador.
PLAZA DE TOROS DE LA PUEBLA DEL RÍO
Ganado: Se lidiaron seis reses, por este orden, de Fermín Bohórquez, Hermanos García Jiménez, La Campana, Núñez del Cuvillo y Peralta, deslucidas, flojas y de escaso juego en líneas generales.
Actuantes: El rejoneador Diego Ventura, dos orejas y dos orejas.
Morante de la Puebla, dos orejas y ovación.
Morante y Ventura cortaron dos orejas y rabo en la lidia conjunta del quinto de la tarde.
Incidencias: La plaza portátil se llenó hasta los topes en una tarde de intenso calor.


Sin el ambientazo de fiesta grande que se vivía en la Puebla del Río, sin la magnífica respuesta de los paisanos de los grandes rejoneadores de las marismas del Guadalquivir, el festival en homenaje a los hermanos Peralta habría quedado en poco a pesar del esmero de una organización en la que falló -eso nunca está previsto- el juego de las reses escogidas, que no se quisieron unir a una fiesta oficiada por el matador de toros Morante de la Puebla y el rejoneador Diego Ventura. Pero como todo quedaba en casa y el ambiente era de familia grande, el público no se cansó de arropar y jalear a estos dos lidiadores cigarreros, que dejaron para el final la guinda de una lidia mixta, con los papeles, cambiados, que puso el colofón al esperado festival.

Y aunque Morante no tuvo toros para estirarse de verdad, dejó un puñado de verónicas de seda al segundo de la tarde. Una media aquí, un molinete allí, un natural allí, torería siempre, chispazos de torero distinto sin que las dos reses flojas y claudicantes que sorteó sirvieran para cuajar una faena hilada y compacta. La chaquetilla blanca, el clásico sombrero negro y los zahones, nos transportaron a otro tiempo.

Tampoco acompañó la suerte a Ventura con el toro que abrió la tarde, una auténtica vaca frisona y moribunda con la que rejoneó casi de salón. El tercero sí le permitió construir una labor más trepidante y enfibrada, un rejoneo ceñido y entregado que sus paisanos vivieron como una revelación. Al final, iba a ser el jinete el que se llevara el gato al agua, revelándose también como un consumado torero a pie.

Fue en la lidia del quinto, que se había previsto como un intercambio de roles toreros. Ventura enjaretó a ese novillo de Peralta un mazo de verónicas personales y sentidas, con un leve codilleó que se vivieron como un auténtico acontecimiento. Sin solución de continuidad, Morante apareció en el ruedo montado sobre un caballo tordo con el que no siempre se entendió del todo. A pesar de las dificultades, de los problemas con los estribos, colocó dos palos de mérito y salvó la papeleta. Con la muleta, Ventura no pudo mantener el mismo nivel. El toro ya no quería coles, pero el rejoneador luso-sevillano se fue detrás de la espada y lo echó abajo de un soberbio espadazo que puso la rúbrica a la fiesta.

Muy a pesar del juego de las reses, se habían cubierto con creces todos los objetivos. Con la tarde vencida, Morante y Ventura eran paseados a hombros juntos a Ángel y Rafael Peralta entre el cariño de los suyos.

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