Cofradías

Muchas torrijas, ninguna mantilla

El mal tiempo que acompañó la tarde del Jueves Santo llenó cafeterías y dejó huérfano el entorno de la carrera oficial

el 21 abr 2011 / 18:57 h.

La tarde de ayer estaba para todo menos para que fuera Jueves Santo. ¿Caprichos del calendario? Digamos que sí, pero lo cierto es que la desolación era el sentimiento que mejor definía el caminar de los pocos sevillanos que se atrevieron a pasear por el entorno de la carrera oficial a pesar de los fuertes aguaceros que no dejaron de caer en toda la jornada.

El cofrade siempre sueña con aquello de que el Jueves Santo es uno de esos días que reluce más que el sol. Pero el de ayer fue el día de la excepción que confirmaba la regla. Una jornada normal hubiera llenado las calles de Sevilla de mujeres de mantilla, pero no hubo suerte. Se vieron algunas, jóvenes en su mayoría y muy bellas, pero nada comparable a otros años. Y como las sevillanas tienen soluciones para todo, hubo quien viendo cómo estaba el tiempo optó por vestir el traje pero sin la mantilla en la cabeza. Un término medio que se vio y mucho durante toda la jornada.

En general, por mucho que uno paseaba por el Centro sólo encontraba a cofrades que repetían el rito: caminar sin un rumbo fijo, con su pinganillo en la oreja, a la espera de una buena noticia. Mientras sí o mientras no, los lugares de encuentro para los sevillanos estaban muy claros. En el interior de bares y cafeterías era incesante el discurrir de personas que con una torrija o pestiño -según fuera su dulce cofrade preferido- y un buen café calentito veían pasar las horas a la espera de algo que hacer. Porque eso si es cierto, ¿alguien sabe a qué se dedican las tardes de Jueves Santo si no hay cofradías en la calle? Así que disfrutar de una buena merienda en compañía de un grupo de amigos, eso sí sin dejar la radio a un lado por si un viento cambiaba la cosa, se convertía en el mejor entretenimiento.

En la calle, aunque poca, seguía habiendo gente. Mucho turista, llamado por el efecto atrayente de las cofradías de la madrugá, que vagaba con su chubasquero buscando refugio a los chaparrones. El interior de la Catedral se convirtió en el espacio preferido para esperar a que pasara la tormenta. Entre turista y turista podía contemplarse toda una pasarela de modelos veraniegos que casaban poco con la situación del día. Conclusión: o los partes meteorológicos que bullen en Sevilla no llegan hasta el resto del mundo o es que los han engañado de pleno como a las dos hermandades del Martes Santo que se liaron la manta a la cabeza para salir a al calle.

En el interior del templo metropolitano se ultimaban los detalles de la celebración de los oficios del Jueves Santo. Aquello era un ir y venir de acólitos y sacerdotes revestidos que ponían todo a punto a la espera de la llegada del arzobispo de Sevilla, monseñor Asenjo, que presidió la celebración del culto. Mientras el personal de seguridad se afanaba para que los turistas no interrumpieran el rito, los fieles iban poblando poco a poco las sillas -de la Catedral porque las de la carrera oficial ni siquiera estaban puestas-, aunque se veían bastantes huecos a la hora de inicio.

Entre tanta desolación, la tarde del Jueves Santo todavía tenía guardada una buena noticia para la gente que no dudó en salir a la calle. Bajo el arco de la Macarena resonaron los primeros toques de cornetas y redobles de tambores de la Centuria Macarena. Los armaos iniciaban su tradicional recorrido, a pesar de la amenaza de lluvia, poblando la Resolana de un mar de plumas blancas que se confundían con el de paraguas de la masa de personas que los acompañaban. Tocaba seguirlos por su buena voluntad. Tras recoger al teniente y al capitán se dirigirían al hospital Virgen del Rocío para llevar una sonrisa a los enfermos más pequeños. Y es que como siempre, hubo un rayo para la esperanza en una tarde aciaga de Jueves Santo.

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