La cabalgata de recauchutados faciales y plastificados corporales fue ayer lo más comentado entre la siempre mordaz feligresía peatonal de la Feria, al paso de los caballistas y carruajes. Algún malpensado bisbiseó a los de su corrillo que eso de que el adoquinado del Real estuviese siempre empapado y fresquito no había que agradecérselo solo a los camioncitos de Lipasam, que están en todo (les falta darle a los caballitos por detrás con una toallita húmeda, ya puestos a jugarse el tipo entre las monturas), sino también al hecho de que a más de una se le chorree el rebujito por las comisuras, incapaz de articular el labiamen artificial con la pericia necesaria para que el líquido pase al interior en lugar de precipitarse al pavimento. Jamón, poquito, eso sí.
Lo mismo es porque el relleno de mofletes les impide sorberse los tocinos enganchados a las muelas, pero el gremio de la hostelería está más por afirmar que la gente anda mejor de piernas que de dinero, y que por eso se pasea mucho y gasta poco. Emilio, el cervecero de Virgen de la Estrella al que medio Los Remedios quiere como a un hijo, lo decía muy dramáticamente ayer frotándose la yema del pulgar con la del índice mientras fruncía los labios (uno de los pocos que ayer podían hacerlo por allí) en señal de malajá: "El barómetro de la Feria era el Pescaíto, ¿sabe usted?, y la noche estuvo que dio miedo. Ya nada más que quedan los ricos y los pobres.
La clase media ha quedado destruida."Tal vez sea mucho decir, en vista de las toneladas de carne humana de dicho segmento social que ayer, desde las dos en punto de la tarde hasta el crepúsculo, fueron entrando a borbotones por Asunción y paralelas rumbo a las calles con nombres de toreros, sin que en ningún momento se apreciase en el lote indicio alguno de devastación ni la menor intención de volverse por donde habían venido. De tal modo que lo que a primera hora de la tarde podía considerarse un ambiente precioso de Feria fue tornándose una película de Cecil B. DeMille de las especialmente concurridas, con una curiosa característica: que, en general, la concurrencia estaba bastante apagadilla.
Es decir, que había mucha gente, muchísima, pero aquello parecía más un inmenso ascensor, donde todo el mundo está apretado y mirando al techo o silbando, que esa Feria de Abril famosa por sus bailes callejeros, sus cantes espontáneos, su amistosísima jarana y su explosión de alegría. Si hubiesen apagado de pronto las sevillanas y hubiesen puesto en su lugar los greatest hits de los monjes de Silos, pocos lo habrían notado. Un observador neutral no habría podido distinguir ayer entre la Feria de Abril y las carreras de galgos de Westchester.Todo el mundo hacía fotos, excepción hecha de uno o dos caballos de tiro, como unos muy singulares que tenían una especie de caperuza para las orejas.
Pero sí: el martes vuelve a ser el día que las familias sevillanas dedican a inmortalizar a las niñas vestidas de flamenca para poder dar la brasa al día siguiente en el trabajo pegándole pellizcos y más pellizcos a la pantalla del móvil, que también es un detalle de estatus. Habría sido bonito comentar esta peculiaridad con el retratista del caballito de cartón, si su sordera hubiese permitido otra modalidad de comunicación que unos terribles aspavientos, inadmisibles salvo en la tesitura de tener que espantar tiburones.
En tales circunstancias, y cuando ya la única forma posible de animarse uno parecía limitada a comprarse un pompero y echar con él la tarde, como hacían la mitad de los chiquillos, se produjo un fenómeno excepcional de esos que solo suceden en Sevilla capital: dos ancianas que iban de paseíto por allí se topan con un matrimonio también muy mayor, y dice una de las primeras: "Os voy a presentar: Esta es mi hermana, y esta es mi vecina de toda la vida, Mari Carmen, y su marido." Con lo cual, toca minutito filosófico: ¿Hay algún lugar del mundo, más allá de la ciudad de Sevilla y algunos parajes recónditos de la Laponia ulterior, donde pueda ocurrir que su hermana de usted no conozca a su vecina del alma, y viceversa, después de millones de años? Un formidable periodista leonés cuyo nombre no hace al caso, sorprendido de que estas cosas acaecieran solo aquí (refiriéndose a ese pecado social de no conocerse la familia y los vecinos, de no haber puesto uno los pies en el hogar de un amigo...) sentenció en una ocasión que el sevillano inventó la Feria para no tener que invitar a nadie a su casa.
Diga el paisano si tiene o no tiene razón.Y diga también si no es para dar brincos y liarse a yupis y a hurras: la moda del floripondio en todo lo alto de la cabeza está cediendo terreno de forma cierta y notoria al clásico clavel (o manojito de ellos) al lado de la exuberante melena. Se recupera de este modo uno de los perfiles clásicos más favorecedores de la mujer flamenca sevillana, en detrimento de esa condición de centro de mesa a que hasta ahora estaba forzada por imperativo de la moda.
También parece apreciarse, por lo visto, cierta tendencia a reducir el tamaño del florón hasta dejarlo en algo que pueda llevarse sin grave daño cervical. Quienes hayan hecho ya el gasto que no se azoren:pueden colocarla encima de la tele, y así cogen Al Arabiya, que dicen que está interesantísima esa cadena. La caseta del Real Club Farmacéutico se veía hasta arriba de gente poniéndose como el quico, y menos mal que ya no estaba el malpensado de antes, que si no lo habría atribuido a alguna especie de celebración por lo del copago.
El contrapunto lo ponían algunas casetas de distrito, con sus sillas de plástico blanco, su música excéntrica y sus metros y más metros cuadrados de desangelamiento existencial, ideales para acoger ayer a ese feligrés que no hubiera podido quitarse de la cabeza en todo el día la frasecita esa de Nietzsche que dice: La esperanza es el peor de los males, pues prolonga el tormento del hombre. Por cierto, recuerden que mañana se hable aquí de la Calle del Infierno.En resumen, mucho olor a fritura y muy poco a ibérico en una tarde intensa en la que la gente demostró que la muchedumbre se puede improvisar, pero la alegría no.
Esto no todo el mundo logró verlo, porque lo bueno del Real de la Feria es que lo eligieron por gozar de la cualidad singular de que vaya uno por donde vaya, da igual por dónde sea, siempre le está dando el sol en la cara. Ayer, para colmo, el termómetro más cercano marcaba 29 grados a las seis de la tarde. De manera que, si todavía se admiten propuestas para el premio al mejor quite de toda la Feria, se sugiere aquí que recaiga ex aequo en los camiones cisterna de Lipasam y las señoras de los bótox camperos, por refrescar la calle.