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Mucho ojito

Hoy es el Día Mundial de la Visión, pero nadie sale a celebrarlo, como si ver fuese una ordinariez o como si no pudiese perderse ese don. La ONCE está regalando unas prácticas lupas de cartera pera recordar a los sevillanos, en esta fecha, la importancia de cuidar los ojos. El Correo ha salido a la calle para ver las reacciones del vecindario ante ese regalo.

el 07 oct 2009 / 20:51 h.

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Francisco José Hinojosa y Jessica Balongo prueban la lupa de cartera que está repartiendo la ONCE por el Día Mundial de la Visión.

"Si fuese a perder la vista mañana", dice Santi Martínez, "lo último que me gustaría mirar es la cara de mi gente: mi hija, mi mujer, mi hermano. Y el escudo del Betis", remata entre risas, para quitarle hierro al trágico supuesto. Todos, colocados imaginariamente ante ese abismo de la ceguera repentina, elegían lo mismo ayer tarde en la calle: la familia, el novio, la madre, el hijo... Menudos tesoros y menudo regalo el de su contemplación. Parece mentira que hoy, Día Mundial de la Visión, no salga la gente en torrentes a la calle a festejar ese don tan exquisito que se da por normal pero que, de no existir, resultaría inverosímil hasta para la más osada ciencia ficción.

Santi es, con su hermano José Antonio, el dueño del Bar La Candelaria. En sus manos tiene la lupa de cartera que está regalando la ONCE, la única que de verdad está celebrando hoy este día, pues sabido es que las cosas no se valoran hasta que se pierden. Para este empresario, el hecho de mirar no se circunscribe sólo a los ojos. A él le gustaría que los sevillanos usaran esa lupa, metafóricamente hablando, para ponerla en la educación. "Nadie mira al de al lado. No hay consideración. No existe conciencia de lo público, todo es cultura del pelotazo, se han perdido los valores...", lamenta, con mueca asqueada. "Fíjate si hay poca educación que tú entras en un banco, por ejemplo, dando los buenos días, ¡y la gente te mira mal, como diciendo quién será éste o qué se creerá!"

Mirar mal: he ahí parte del problema. Jesús Cerezo, que también es camarero, comparte mucho de lo que dice su patrón. Él pondría la lupa en el respeto y en el sentido común. Ante él, el técnico Carlos Montero esboza toda una filosofía antes de colocarse este regalo de la ONCE delante de los ojos: "Las personas deberíamos usar la lupa para engrandecer a la gente que está a nuestro alrededor."

Dice la ONCE que cada año pierden la vista 250 sevillanos, que serían menos probablemente si el respetable se mentalizara de la importancia de ser precavidos: muchos problemas serios de visión se pueden evitar, sencillamente, con un poco de prevención. Pero cuesta concienciar a la gente de que ese prodigio que les permite asomarse al mundo, contemplar su belleza, recibir el 80% de toda su información y figurarse el rostro del hijo o de la persona amada, ese tesoro que es mucho más que una parte del kit básico de andar por la vida, sea algo que merece atención y, mucho menos, reflexión.

¿Es socarronería, sentido práctico o pura filosofía lo que dice de la lupa de la ONCE el vecino en paro Vicente de la Torre? "Donde hay que ponerla es en la letra pequeña." Difícil de desentrañar, el alma del hombre es, que decía el poeta aquel de las orejas largas. Y tan difícil; observen lo que dice el joyero Juan Carlos Sánchez, él, que en ese preciso momento tiene dos lupas delante de un mismo ojo: "Lo que hay que usar es el cerebro, no la lupa. Lo importante no está en los ojos sino en el cerebro." Si él tuviese que elegir algo que mirar un segundo antes de perder la visión, escogería una puesta de sol. El mar, prefiere la farmacéutica Elisa García Martínez. Ella se ha operado dos veces de miopía, o sea, que sabe lo que dice cuando, pese a todo, afirma que la lupa "hay que ponerla siempre en el interior de las personas".

Francisco José y Jessica son pareja. Están haciendo un recado en el Centro y se quedan atónitos ante las preguntas y ante el hecho mismo de tener que reflexionar sobre algo aparentemente tan prosaico como es el hecho de poder ver. Antes de responder se miran un poco de reojo entre ellos y sonríen. Él va a usar la lupa para preocuparse más por la política; ella la piensa emplear en echar más cuenta a "esos familiares de los que no solemos estar muy pendientes". A él, de quedarse ciego, le gustaría ver por último un paisaje natural, "una pradera". Ella se burla un poco, porque ha elegido el mar y el mar siempre está bien visto en materia de últimas voluntades. Ambos aseguran que entre el prado y la ceguera, entre el mar y la ceguera, se mirarían el uno al otro. Para entonces ya se han guardado la lupa, porque el amor es ciego. Para todo lo demás, mucho ojo.

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