Cultura

Muere Carlos Edmundo de Ory, el rebelde que detestaba el éxito

El poeta gaditano residía en Francia, donde ha fallecido, a los 87 años tras una larga enfermedad.

el 11 nov 2010 / 08:20 h.

"La poesía es un vómito de piedras preciosas", "La risa es el sexo del alma" o "El viento es Dios que pasa bailando". Éstos son algunos de los aerolitos, aforismos o palabras mágicas, que caracterizaron la gran obra del poeta gaditano Carlos Edmundo de Ory, fallecido ayer a los 87 años en Francia.

Y es que Carlos Edmundo de Ory, uno de los autores más iconoclastas e importantes de la segunda mitad del siglo XX, vivía en la localidad francesa de Thezy-Glimont desde los años 50, cuando se exilió por "asfixia política y social". Una circunstancia que fue la causa por la que este poeta, a pesar de la importancia de su obra, ha sido un gran desconocido para la mayoría de los españoles.

Fue Félix Grande en los años 70, cuando publicó una antología de De Ory, quien puso la lupa en este poeta moderno y transgresor, al que siempre le han caracterizado la vitalidad, el humor y el amor al ser humano.

Después, la publicación de una antología suya editada por Galaxia Gutenmberg-Círculo de Lectores, Música de Lobo (1941-2001) aparecida en 2003 y El enterrador de vivos, en 2006, con prólogo de Francisco Nieva y un CD en el que Luis Eduardo Aute y Fernando Polavieja musicaban 14 de sus poemas, ponían al alcance de los lectores su obra, siempre empeñada en renovar la gris y dura poesía de posguerra española.

Además, también formó parte de antología poética seleccionada por José Ángel Valente, Las ínsulas extrañas (1950-200), que reunía la mejor poesía de las dos orillas. Un reconocimiento de los miles de oryanos y que su ciudad de nacimiento también le quiso hacer con la publicación de su Diario en tres tomos.

60 años de vida que quedaron abrochados en estos bellos volúmenes, que recogían desde que el autor comenzó a escribir a los 21 años en unos cuadernos con pastas de hule negro, en los que dejaba sus vicisitudes de una vida que ha atravesado el siglo XX y XXI. Ory, siempre socarrón y sin perder la chispa gaditana, sentía un inmenso amor por su tierra; y no en vano, hace unos meses cedió su legado a la ciudad de Cádiz, donde, al parecer, se establecerá una fundación que lleve su nombre. El poeta era Hijo Predilecto de la ciudad desde 2005.

Cuando De Ory, siempre con su sombrero negro y su melena de paje blanca, visitaba Madrid para la presentación de su libros, no dejaba indiferente a nadie. A veces criticaba el Postismo, corriente de vanguardia postsurrealista a la que perteneció en su juventud. Incluso llegó a decir que era un "sambenito" que le había perjudicado. "Postismo iba relacionado con ser poeta maldito y yo no tengo nada de maldito", recalcaba.

Despreciaba el éxito. "El éxito es de las editoriales y del mundo del negocio, no de los artistas", decía. Amaba la vida, la amistad, la naturaleza, los amigos y se preocupaba por el amor y el dolor.

"Hoy el ser humano está dormido. Lees los periódicos cada día y dices: ‘Bueno, ¿qué le pasa al hombre?'. Hay que salir a la calle, hay que actuar, y creo que me pueden asesinar porque como siga enfadando voy a hacer algo", comentó en 2003 cuando presentó su antología poética.

Poeta espiritual, en la línea de Baudelaire o César Vallejo, siempre se ha sentido deudor del romanticismo alemán y de los ingleses. Y mantenía una consigna: "Lo más importante de la vida es ser feliz. Hay que ser feliz porque se puede". Ahí queda su legado.


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