Con la muerte ayer de Vicente Ferrer desaparece uno de los mayores referentes que ha dado España en materia de cooperación humanitaria. Ferrer murió donde quiso, al sur de la India, en el mismo territorio marcado por la miseria y la marginación donde creó hospitales y cientos de escuelas y facilitó los créditos necesarios para llevar el agua a poblaciones sedientas.
Su ejemplo es el de una trayectoria marcada por el servicio a los demás, pero su gran valor no sólo recae en su generosidad extrema sino en el modo en el que consiguió tejer una red de ayudas mediante un sistema de apadrinamiento que le llevó a contar con 130.000 donantes que sufragaban los proyectos en los que se embarcaba la fundación del cooperante catalán. Ferrer fue un precursor y su huella perdurará para bien en una sociedad que ayer sufrió una pérdida de quien dedicó su existencia a hacer del mundo un lugar más justo.
