Un mundo que es como de otro universo, de lejano que parece estar tanto en el tiempo como en la distancia. Pero ni una cosa ni otra, la esperada última película del director sevillano Alberto Rodríguez, La Isla Mínima, se ambienta en 1980 y en esa zona de marisma que, sin nombrarse, se extiende sobre todo por Isla Mayor y La Puebla del Río, en esos pueblos que, como Coria, se asoman al río e históricamente han vivido de él. Esa España de 1980 está muy lejos (en según qué cosas, porque ese trasfondo de huelga en el campo y de problemas con los jornaleros, de droga que entra por el río, del trajín de los pescadores de ribera que quedan ), pero los paisajes siguen ahí para sorprender al que no se espera ese mundo a un tiro de piedra de la capital.
Con los ecos todavía palpitando de su buena acogida en San Sebastián, donde incluso está en las quinielas para llevarse la Concha de Plata que se entregará este sábado, La Isla Mínima vivirá esta noche su puesta de largo en Sevilla antes de su estreno comercial de mañana. Y las previsiones son buenas: pese a no llegar a tiempo para aspirar a representar a España en los Oscar, todo el mundo da por hecho que acumulará una cascada de candidaturas a los Goya porque, literalmente, se está corriendo la voz de que estamos ante la mejor película española del año. Ahí queda eso.
El trabajo que ha firmado Alberto Rodríguez, con un guión escrito al alimón con Rafael Cobos, es un thriller, una película de suspense de esas de a ver quién cometió el crimen, pero una película con víctimas más que con buenos y con demasiado malos, empezando por el clima lóbrego de esa España todavía franquista que intenta (con muchos problemas) asentarse como democracia. Es la historia de una investigación tras la desaparición de dos adolescentes, un argumento policial, sí, pero un espejo social y político de un tiempo deprimente que está ahí a la vuelta de la esquina.Raúl Arévalo, Javier Gutiérrez, Antonio de la Torre y Nerea Barros figuran en los papeles principales, pero el gran protagonista de verdad es el paisaje, una marisma asfixiante que condiciona la vida de todo el que tiene el valor de habitar en ella. Es el imperio del arrozal, la mayor zona productora de España, esa tierra plana como la palma de la mano en la que en la distancia los barcos parece que se mueven con ruedas.
La importancia de este entorno queda de manifiesto desde los títulos de crédito iniciales, una sucesión de fotografías aéreas de Héctor Garrido a las que se ha dotado de animación y en las que la marisma y toda esta zona del Bajo Guadalquivir engaña al ojo humano, la imaginación quiere ver a veces una textura como si estuviésemos ante un cerebro abierto en canal. El paraje dificulta la labor de los detectives, desvalidos ante unos lugareños que se conocen todos los recovecos de la comarca que no aparecen en los mapas en una época sin GPS.
El propio director apunta que, antes de embarcarse en el proyecto, el equipo veía la marisma como «un territorio inmenso, muy duro; magnético, pero realmente inhóspito y cruel. Y lo fue». El rodaje se antojaba complicado y lo fue, muy físico, con temperaturas por encima de los 40 grados a finales del verano y de hasta 2 bajo cero cuando se acercaba diciembre. Y marcando sus propios tiempos, la cosecha del arroz obligó a adelantar el plan de rodaje.
La sensación que se transmite al espectador es de agobio, de asfixia, un paisaje con personalidad propia como lo son en tantas películas los cayos de Florida o los manglares de Nueva Orleans. Lo terrible en este caso es que es nuestro entorno cotidiano, mucho más inhóspito en algunas zonas de lo que nos podemos llegar a imaginar. En consonancia con este panorama, Rodríguez muestra a un pueblo que parece suspendido en la nada, cerrado en sí mismo, la España más profunda cuando España parecía no tener fondo en este pozo de oscuridad.
Rodada en toda la comarca (La Puebla, Isla Mayor, Los Palacios, Dos Hermanas, Coria con su barcaza, Las Cabezas...), La Isla Mínima es como esas películas de género que los norteamericanos siempre han hecho tan bien... y que en España siempre hemos hecho tan mal. Hasta ahora.