Cultura

Mujeres al borde de un ataque de arte

Es la tercera vez que veo Mujeres y cada vez me gusta más. Es una de las obras de baile flamenco más importantes de las últimas décadas y, desde luego, de lo mejor de Mario Maya, que anoche no estuvo en el Maestranza porque anda bastante pachucho, aunque ya ha abandonado el hospital.

el 15 sep 2009 / 11:45 h.

Es la tercera vez que veo Mujeres y cada vez me gusta más. Es una de las obras de baile flamenco más importantes de las últimas décadas y, desde luego, de lo mejor de Mario Maya, que anoche no estuvo en el Maestranza porque anda bastante pachucho, aunque ya ha abandonado el hospital y se recupera en su casa.

Se demuestra con este excelente montaje que se puede crear sin necesidad de destrozar nada de lo que nos ha sido legado ni tener obligatoriamente que reinventar la pólvora. Si hay algo que caracteriza a Mujeres, además del gran trabajo de todos, es la sencillez, la ausencia de artificios. Las coreografías son flamenquísimas; se nota la mano de Mario, aunque cada una ha creado las suyas y, desde luego, las tres artistas han echado el resto.

Tres mujeres como tres soles, Merche Esmeralda, Belén Maya y Rocío Molina, se encargan de que vivamos el baile de una manera que acabas con ganas de comértelas a besos, con perdón. ¡No se puede bailar mejor!

La maestra sevillana está espléndida en todo, pero es en la soleá donde destapa el tarro de las esencias; con bata de cola, como mandan los cánones: una bata blanca como la cal de Morón que mueve con la misma emoción con la que Resendi movía los pinceles. ¡Qué guapa estaba anoche Merche y cómo le supo poner una pose distinta a cada falseta de las guitarras y a cada tercio del cante! El baile es eso, sobre todo; es imprescindible que haya una armonía perfecta del cuerpo con el sonido, algo fundamental en las danzas orientales y hasta en las occidentales.

La soleá de la Esmeralda es un monumento, una pieza creada desde el conocimiento que la artista atesora, pero también desde el amor que le tiene al baile.

Por eso se mueve como se mueve también Belén Maya en los tangos, quizá un poco largos. Pero derramó tanta sensualidad por el escenario que daban ganas de tirarle una rosa. La hija de Mario Maya es tan personal que cuesta a veces verle la escuela; pero, desde luego, cuando quiere es capaz de transportarnos con su baile a los legendarios cafés sevillanos. Por el mismo motivo consigue Rocío Molina, en su impresionante seguiriya, que toda la historia de este palo fundamental de la baraja flamenca se meta en su diminuto cuerpo para ofrecernos, sin duda, una de las mejores seguiriyas bailadas de la historia del flamenco.

La gran bailaora malagueña demuestra que se puede crear sobre una base clásica, conseguir la belleza deseada sintiendo el cante y el toque como ella los siente, de ahí que haya creado esta maravilla de pieza flamenca en la que marca, pasea, se recoge e interpreta de una forma magistral. Sólo por el remate que le ha creado a la seguiriya, es para llevarla en hombros hasta donde ella dijera.

Pero en Mujeres no sólo hay individualidades geniales como las de Merche, Belén y Rocío; el gran mérito de esta obra maestra radica en que la dirección artística es magistral y eso hace que el conjunto resulte coherente, que todo tenga sentido sin resultar sistemático: las luces, la entrada y salida de los artistas al proscenio, el vestuario y el ritmo de la obra, son magistrales.

Mario siempre ha sido un maestro, el mejor de todos, en este tipo de montajes. Nunca ha dejado de ser flamenco y ha innovado siempre desde el mismísimo fondo del pozo de lo jondo.

No faltó tampoco, dentro de la sobriedad del espectáculo, el colorido de los caracoles y un paso a dos de Belén y Rocío que le da a la obra un toque moderno sin que desentone con el paisaje que ha sabido pintar Mario.

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