Cultura

Música francesa desde el corazón

Reseña del concierto que Daniel Barenboim y la West-Eastern Divan Orchestra ofrecieron el pasado viernes 16 de enero en el Gran Teatro de Córdoba.

el 17 ene 2015 / 19:41 h.

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WEST EASTERN DIVAN 

* * * Orquesta West-Eastern Divan. Daniel Barenboim, director. Programa: Dérive 2, de Boulez; Preludio a la siesta de un fauno, de Debussy; Rapsodia española, Alborada del gracioso, Pavana para una infanta difunta, y Bolero, de Ravel. Gran Teatro de Córdoba, viernes 16 de enero de 2015 Por Juan José Roldán

Las circunstancias y ese miedo nauseabundo que nos están metiendo en el cuerpo desde los poderes fácticos y medios de comunicación, hicieron que un fuerte dispositivo de seguridad barriera el Gran Teatro de Córdoba durante varias horas antes de que un magnífico ambiente abarrotara sus instalaciones. Una orquesta constituida por judíos y palestinos, un año más conviviendo a través de la cultura, da naturalmente pie a tal despliegue policial. En el programa casualmente sólo música francesa.

Pero la verdadera provocación fue la de Barenboim proponiendo sobre los atriles, justo para arrancar la primera cita de su gira anual, una pieza de tanta envergadura y dificultad tanto para el intérprete como para el oyente, como Dérive 2 de Pierre Boulez. Compuesta en 1988 a partir de una obra que compuso en los 70 en honor al director suizo Paul Sacher y que también sirvió de base a Répons, Dérive 2 es pura music in progress dedicada a otro compositor, Elliot Carter, de la que Barenboim y once de sus más aventajados alumnos, entre ellos su hijo Michael al violín, ofrecieron la última y más larga de las versiones revisadas por el autor. Nada más y nada menos que cincuenta y cinco minutos nos tuvieron hipnotizados con una interpretación robusta, sólida y marmórea que permitió a las mentes más abiertas descubrir la sensibilidad y meticulosidad de su sonido y línea narrativa. Los intérpretes alcanzaron cotas de auténtico virtuosismo, con resultados vivaces, enérgicos y envolventes, y acertados cambios de registro y dirección, superando con maestría sus intrincados retos polifónicos.

Más convencional y trillado, el carácter eminentemente sinfónico de la segunda parte se perjudicó de una caja acústica encorsetada. Más indicado para un repertorio clásico como el programado en el Maestranza, la sugerente música de Debussy y Ravel quedó encajonada y su sonido empobrecido, a pesar del cuantioso personal convocado sobre el escenario, y de cuyos nombres lamentablemente el programa de mano no se hizo eco. Las prestaciones sin embargo tuvieron un elevado nivel, con Barenboim ralentizando frecuentemente el ritmo, extrayendo colores y matices con proverbial magisterio, destacando más en expresividad que en sensualidad. El lamento de la Pavana, la influencia española en la Rapsodia y la Alborada y el exotismo del Bolero fueron expuestos con claridad y elegancia, sin aspavientos ni estridencias. En un gesto habitual en el director bonaerense, se apartó en la muy transitada página de Ravel y dejó a sus jóvenes músicos libres, que no a la deriva. Una recurrente propina en estas manifestaciones, El Firulete de Mariano Mores en arreglo de José Carli, puso punto y final con un impecable y espectacular trabajo de los metales.

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