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Nadie sabe nada

Cuando el futuro era previsible y llegaba lentamente, casi todas las cosas que ocurrían en el mundo tenían explicación. El futuro era muy lineal y casi siempre las cosas y los hechos se conducían de la misma manera con ligeras variaciones que, por repetidas en otras ocasiones, no causaban más que las alteraciones normales en la vivencia de los seres humanos.

el 15 sep 2009 / 19:49 h.

Cuando el futuro era previsible y llegaba lentamente, casi todas las cosas que ocurrían en el mundo tenían explicación. El futuro era muy lineal y casi siempre las cosas y los hechos se conducían de la misma manera con ligeras variaciones que, por repetidas en otras ocasiones, no causaban más que las alteraciones normales en la vivencia de los seres humanos.

Éstos, nacían, estudiaban si podían, se independizaban nada más llegar a la edad adulta, trabajaban, se casaban, se jubilaban e inmediatamente se morían. En el medio de esas vidas no ocurría casi nada que no estuviera previsto, incluidas algunas guerras que, por repetidas a lo largo de la historia, no sorprendían excesivamente más que por el renovado dolor que producían. Los hechos se explicaban unidireccionalmente, de tal forma, que lo que era de una manera en la casa, lo era casi igual en la escuela, en los libros y en la sociedad.

Hoy, por el contrario, todo ha cambiado de una manera sorprendente. Ese futuro ya no es previsible y ni siquiera prevenible; llega de una manera imprevista, incierta, traicioneramente y cogiéndonos desprevenidos en la mayoría de los casos. Así, ningún hijo viene al mundo con el pan debajo del brazo, según la expresión que hizo fortuna en tiempos anteriores, cuando las familias aumentaban su número en función de un sistema simbiótico, que consistía en un acuerdo tácito por el que los padres alimentaban y cuidaban de sus hijos, en el bien entendido de que los hijos alimentarían y cuidarían a los padres cuando éstos abandonaran su actividad laboral y su aportación económica al sostenimiento familiar.

Hoy, un hijo no es la esperanza de la jubilación de los padres; el amor es la única motivación que impulsa a una pareja a dar el paso de traer al mundo a un nuevo ser, con el objetivo de ubicarlo en la sociedad en función de los valores que comparte esa pareja. De igual forma, antes, los padres que económicamente podían permitírselo no dudaban en buscar la mejor educación para sus hijos, en el buen entendimiento de que una carrera universitaria era garantía de actividad y estabilidad laboral para sus vástagos; por esos los que no podían permitírselo, hacían esfuerzos sobrehumanos para que, al menos, uno de sus hijos pudiera seguir la senda de los que sí contaban con recursos para adentrarse en el mundo universitario.

Hoy, ese camino al que tiene acceso buena parte de la población juvenil española, ya no es garantía de casi nada. No es extraño encontrar en trabajos de subalternos a titulados universitarios que no han podido hacerse un hueco en el mundo laboral que su titulación le sugería. Ser universitario ofrece tantas o tan pocas posibilidades como no serlo.

Casarse, cuando se llegaba a la edad correspondiente, era la norma general en los tiempos anteriores, hasta el punto de que quien no lo hacía, y sobre todo, si era mujer, recibía el apelativo peyorativo de solterona o solterón. Hoy, la novedad comienza a ser el matrimonio, sin que sea motivo de comentario el hecho de que mucha gente decida vivir sola, se divorcie, forme pareja de hecho, se casen personas del mismo sexo, etc.

Un trabajo, cuando se encontraba, era para toda la vida y en el mismo sitio; la cultura de propietario de la vivienda que se habitaba es la consecuencia de esa circunstancia. ¿Para qué alquilar algo en lo que se iba a vivir siempre? Mejor, con un poquito más de esfuerzo, se compraba en la seguridad de que allí se viviría toda la vida y allí se formaría la familia clásica y tradicional de siempre. Hoy, el trabajo es inestable, cambiante y movible. Se puede empezar trabajando en una cosa y terminar haciéndolo en otra totalmente diferente después de haber pasado por situaciones laborales a cual más peculiar.

En definitiva, las cosas no son lo que eran y el futuro tampoco. Y en esa incertidumbre nos movemos con dificultad. A momentos de esplendor suceden momentos donde la angustia y el miedo se apoderan de todos, sin que nadie sea capaz de explicar qué pasa y por qué pasa lo que pasa. La crisis económica está produciéndose delante de nuestras narices sin que, todavía, nadie haya sido capaz de ofrecer una explicación coherente y comprensible de las causas que la originaron y sin que nadie se atreva a hacer un vaticinio de cómo y cuándo saldremos de ella.

Los ciudadanos se quedan con la espuma de las medidas que se están tomando contra la crisis; en sus oídos resuenan constantemente las ayudas y los apoyos económicos a bancos y grandes corporaciones empresariales sin que se sepa qué hicieron y con qué responsabilidad van a pagar lo que hicieron. No es extraño, entonces, que de pronto y sin que existan razones que puedan explicarse claramente, en determinados países comiencen a extenderse movimientos de protesta juveniles, tales como los sucesos de Grecia de estos últimos días o los encierros de estudiantes en algunas de nuestras Universidades contra el Plan Bolonia.

Tal vez, los jóvenes hayan pensado que el actual estado de cosas siempre favorece y beneficia a los mismos y que si el sistema es capaz de sacar recursos para que no se hunda el sistema financiero, estará también capacitado para poner recursos encima de la mesa que permitan a la juventud vislumbrar alternativas a un futuro que, como ya se ha dicho, cada día se presenta más de golpe, de improviso, traicionero y oscuro.

jcribarra@oficinaex.es

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