"Lo último que le oí decir cuando la ingresaron en la UCI fue ‘aquí entra una vieja, a ver si sacan a una joven'. Luego tuvieron que intubarla y sedarla y ya no pude volver a hablar con ella", recuerda con pesar Juan José Torrijos, el único hijo de una de las cuatro víctimas mortales del brote de legionelosis que hace un año contagió a una veintena de vecinos de la Macarena.
Valle Galván Rodríguez tenía 79 años, pero estaba tan sana que dos semanas antes de morir, el 8 de septiembre, preparó ella misma una comida para toda su familia para celebrar su santo, que coincidía con su aniversario de bodas. Lo hacía todos los años. "Era muy activa. Mi padre está malo de las piernas y ella era la que iba todos los días a la compra o al banco. Para la celebración familiar limpió hasta la lámpara del salón y las figuritas del mueble", dice su hijo.
Como otros familiares de afectados, al cumplirse un año del brote infeccioso sigue molesto por cómo se justificó: "Se dijo que los fallecidos eran personas débiles y enfermas, pero no era así. Mi madre tenía diabetes y algo de corazón, pero no enfermedades respiratorias que pudieran complicar la legionela. Podría haber muerto de cualquier cosa, pero no tendría que haber muerto de legionela, nadie tendría que haber muerto. Murieron porque se cometieron fallos".
La investigación que realizó la Delegación de Salud concluyó que el foco de la infección fue una torre de refrigeración del hotel Tryp Macarena, de la cadena Sol Meliá. El juzgado de Instrucción 15 ha imputado a seis personas vinculadas al establecimiento por su posible implicación en los contagios: el director del hotel, el responsable del departamento de mantenimiento de la cadena Sol Meliá en Andalucía, dos trabajadores de mantenimiento, la directora-gerente de una empresa de Valencia encargada de la limpieza de las torres y una ex empleada de esa misma firma.
Valle vivía frente al hospital Macarena. "Suponemos que se contagiaría de pasar junto al hotel", explica su hijo. Tuvo algo de fiebre y creyó que sería un resfriado, pero no se le pasaba y fue al hospital. Ingresó el día 11 con "un poquito de neumonía". Tres días más tarde "nos dijeron que tenía legionela de pasada, como si no tuviera importancia. Yo llegué a casa, busqué en internet lo que era y me asusté". Cuando entró en la UCI, el jefe de la unidad dijo a la familia que habían tenido más casos y se había dado la alerta sanitaria. Valle fue a peor y falleció el día 22 de septiembre.
"Me da muchísimo coraje que mi padre se haya quedado tan solo. Llevaban juntos desde los 17 años, toda una vida, y la echa muchísimo de menos", dice Juan José. Por eso afirma tajantemente: "Yo no sé de quién es la culpa, pero alguien la tiene, y no debe quedar impune".
En el caso de María del Carmen N., quien era muy activo era su padre: "Tenía 81 años y todos los días al levantarse se arreglaba y bajaba a un bar de la calle Florencio Quintero -junto al hotel- para desayunar, leer el periódico y esperar a sus amigos. Echaban la mañana de charla, hasta que llegaba la hora de la cervecita, y a las dos se subía a comer". Fue probablemente en estos paseos en los que Diego N.G. se contagió de legionela. No sufría más que una enfermedad circulatoria que lo obligaba a llevar bastón, aunque no lo retenía en su casa: "Decía que él empotrado en la silla no se quedaba, ni en invierno ni en verano".
Su evolución fue similar: comenzó con fiebre que no remitía e ingresó el 18 de septiembre. A esas alturas ya se habían detectado varios casos y a su familia sí le dijeron que tenía neumonía por legionela. Conocieron por las noticias la muerte de las tres primeras víctimas, ya que Diego fue el último en fallecer, el 3 de noviembre, pero desde el 12 de octubre permanecía sedado porque sus órganos fallaron. "Se complicaría porque era mayor, pero es que se murió de una cosa que cogió en la calle. Con las patologías que tenía, hoy seguiría con nosotros", se queja su hija.
La familia aguarda el desenlace de un proceso judicial que será largo. Ni los cinco hijos de Diego ni su viuda saben cómo acabará, ni señalan a ningún culpable, a la espera de que concluya la investigación: "No sabemos si el hotel fue el único foco de legionela o si hubo más, ni quién es el responsable de que se propagara. Eso deben decirlo los tribunales", señala María del Carmen. "Nos han dicho que habrá que tener paciencia, pero nosotros ya no tenemos nada que perder. Lo que queremos es que no se repita. A mí me duele mi padre, pero ha habido más gente".
Quienes menos pudieron imaginar que la fiebre de su padre acabaría de forma tan trágica fueron los cuatro hijos de Manuel Castilla, la primera víctima del virus y el más joven de los fallecidos. Tenía 69 años y murió la madrugada del 21 de septiembre, a la semana de ingresar. También vecino de la Macarena, al menos cuatro veces por semana su paseo diario lo llevaba a rodear el hotel que propagó la bacteria. "Hacía deporte y no había fumado en su vida", se queja su hijo Pablo, también molesto por la tardanza de los médicos a la hora de informar -sólo mencionaron la palabra legionela ocho horas antes de su muerte- y de dar la alarma: "Pensamos que podía contagiarse más gente y mi madre, dentro de su grandísimo dolor, recopiló información sobre las rutas de mi padre porque tenía la preocupación de que no le pasara a nadie más. Pero nadie nos llamó para preguntarnos".
Luego supieron que cuando su padre falleció hacía cuatro días que había enfermos ingresados e incluso se habían precintado por seguridad instalaciones que podían ser foco de la infección, aunque no había trascendido. "No entiendo por qué no difundieron antes los protocolos de seguridad", protesta. "Ni por qué se dijo que los fallecidos eran personas delicadas de salud. Para no crear alarma no hacía falta mentir".
Juan Mario Parra logró sobrevivir a la enfermedad después de estar al borde de la muerte y perder 12 kilos en los 14 días que pasó en la UCI. La mitad se le han borrado de la memoria porque estuvo "que si me iba, que si no me iba". Tenía una fiebre altísima, no podía respirar ni comer. "Una noche le dijeron a mi mujer que fuera avisando a la familia, mientras yo deliraba". Una persona murió en la habituación contigua: "Lo vi por los cristales y sabía que tenía lo mismo que yo". Pero en su caso, remitió. En noviembre cogió el alta voluntaria porque tenía que viajar a Rusia para visitar al niño que iba a adoptar. Aunque está curado, la semana pasada tuvo que volver al hospital por una fractura y al entrar en Urgencias tuvo una grave crisis de ansiedad. "Nunca lo hubiera imaginado, porque soy una persona con los pies en la tierra". Ahora pide que los responsables, los que la Justicia determine, paguen por lo que pasó. "Yo sé que tienen que pagar. Murió gente, se ha sufrido muchísimo, y si esto ha ocurrido porque alguien cometió una negligencia, es un acto criminal. No se puede jugar con la vida de la gente para ahorrarse dinero".