Ala luz de la puntuación, quizás parezca irónico comenzar afirmando que este Viajero del alba es la mejor entrega de lo que llevamos de saga de Crónicas de Narnia. Pero si matizamos dicha afirmación con otra del estilo de "y las otras dos eran sendos filmes infumables y olvidables hasta decir basta", la cosa cambia, ¿no?
Siempre a la sombra de la trilogía de El Señor de los anillos y, por supuesto, de la franquicia de Harry Potter, Las crónicas de Narnia no ha sabido dar con el tono adecuado que evite que los adultos bufen de aburrimiento con un producto tremendamente infantiloide y, a la par, consiga que los niños no piensen que algo se les escapa en el subtexto de unos filmes con tanta carga subyacente (procedente, qué duda cabe, de las novelas de C.S. Lewis).
Así, tanto ésta como las dos anteriores (sobre todo la aburridísima El príncipe Caspian) pecan de lo mismo: mucho y muy buen efecto especial, una dirección que, en el caso que nos ocupa, mantiene el tipo bastante mejor que sus antecesoras y un guión que no sabe lo que es el sentido del ritmo y la narración y va funcionando de forma atribulada sin que parezca que la coherencia sea un detalle que preocupe al nutrido grupo de escritores.
El resultado, como pueden imaginar, queda rubricado con la paupérrima labor de los actores (que tampoco es que importen mucho) y rematado por ese intragable mensaje religioso que hace que el clímax del filme, con Aslan/Dios de por medio, se parezca demasiado a uno de esos panfletos que la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días suele repartir por la calle.
