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Ni esto es Mallorca, ni estamos en 1981

Para que todo quede en casa resulta que la señora del presunto opositor a Rajoy es la propietaria de la empresa que organizará el Congreso del PP en Valencia. Tenga cuidado, don Mariano, no sea que le pongan bombas fétidas debajo del atril o cáscaras de almendra en los escalones de la tribuna.

el 15 sep 2009 / 05:31 h.

Para que todo quede en casa resulta que la señora del presunto opositor a Rajoy es la propietaria de la empresa que organizará el Congreso del PP en Valencia. Tenga cuidado, don Mariano, no sea que le pongan bombas fétidas debajo del atril o cáscaras de almendra en los escalones de la tribuna. Yo no me fiaría. Ese ex ministro, Juan Costa, da la impresión de ser algo así como una marioneta que amaga con presentar su candidatura y al día siguiente niega toda posibilidad de hacerlo, mientras sus corifeos dejan caer que se está formando una lista en torno a este chico bien que parece salido de lo más granado del extinto clan de Becerril.

El nombre de Costa lo manejan todos aquellos grupos que intentan convertir el Congreso de Valencia en la segunda edición del de la UCD en Mallorca (1981), que como es bien sabido empezó como el rosario de la aurora y terminó con un rompan filas en medio del caos generalizado. Pero esta vez es distinto. Lo que ahora ocurre es que Rajoy y su nuevo equipo quieren centrar definitivamente el partido, ante cuya amenaza los poderes fácticos de toda la vida instalados en el PP, los que se creen en posesión de las esencias de la derecha, una derecha inamovible que no admite el menor desplazamiento, le han plantado cara sin dar la ídem y recurren a procedimientos dudosamente democráticos amplificados por un locutor que ha perdido el oremus si es que alguna vez lo tuvo.

No hay ninguna otra razón para haber organizado la operación de acoso contra Rajoy a la que asistimos desde hace semanas y que se va calentando conforme nos acercamos al 20 de junio. No nos cansaremos de repetir el único argumento válido: el Grupo Popular en el Congreso de los Diputados no puede reeditar una legislatura crispada y vociferante como la anterior, y ello significa la apertura hacia el diálogo y el consenso con el Gobierno de Zapatero. Es aquí donde se plantan los vigilantes de las principios. Sirva de muestra el artículo de miserable factura que ha escrito Elorriaga sin que se le caiga la cara de vergüenza.

No estamos en 1981 ni esto va ser Mallorca. La UCD era un conglomerado, una gran sopa de letras, casi improvisado por un político audaz, providencial e irrepetible como era Adolfo Suárez. El PP, sin embargo, es un partido con muchos años de rodaje, setecientos mil afiliados y más de diez millones de votos, es decir, un partido con todos sus avíos, que había logrado hasta ahora compaginar en su seno tendencias diferentes. Pero cuando su actual líder ha querido acentuar la corriente centrista y moderada han caído sobre él esos seculares intereses que en España nunca pelean a cara descubierta.

Quienes renunciamos a la agitación con la pluma o el micrófono (una vez más: ¡pobre profesión periodística!) estamos convencidos de que el votante de a pie del PP está más cerca de las posiciones que hoy encarnan Rajoy, Arenas, Camps, Gallardón, que de las fórmulas caducas y fracasadas de aquellos a los que denominamos como "de toda la vida" y que son la cara más áspera y repelente de la derecha española.

Periodista

gimenezaleman@gmail.com

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