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Ni farolillos ni cuerpo que lo aguante

La cara de cansancio del feriante lo deja claro: se busca relevo para el fin de semana.

el 23 abr 2010 / 20:13 h.

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Una flamenca se encoge de frío durante un chaparrón.

A estas alturas, las caras de cansancio de los feriantes son de las que hacen preguntarse a los foráneos si es verdad que los sevillanos se lo pasan bien en la Feria ¿No será que están cumpliendo alguna promesa y por eso siguen en las casetas, día tras día, mañana y noche, acodados en la barra y con unas ojeras cada vez más grandes? Para que sobrevivan, el viernes amaneció tarde y muchos lo vivieron ya como una despedida de cara al fin de semana, cuando la tradición dicta que la capital pase el relevo a los pueblos y la Feria se llene con los que no han podido acercarse al Real entre semana.

Además de tarde, el día comenzó lluvioso y aguó el enésimo intento municipal de que la Feria luciera algún farolillo colgado algo más de 20 segundos sobre su bombilla: se atrasó su colocación para que no se mojaran con la lluvia de los días previos al Pescaíto, se montaron deprisa ya comenzada la Feria al ver que daba tiempo, pero quedaron arrasados por las lluvias del jueves, y finalmente, el último intento de adornar al menos el entorno de la caseta municipal quedó frustrado ayer por los chaparrones matutinos, como lamentaba el jefe de servicio de Fiestas Mayores, Rafael Carretero. Así que la suerte está echada: las mismas hileras de bombillas peladas que protagonizaron el alumbrado vivirán el fin de la fiesta.

Con esos mimbres se desperezaba ayer la Feria, bien tarde: eran las dos y media y no había casi nadie. Casetas enteras permanecían vacías, sobre todo las más pequeñas, porque en las grandes sí había animación. El cielo había estado plomizo toda la mañana y había descargado en torno a la una, retrasando a los que apostaban por almorzar en la Feria. Fue un chaparrón considerable, que empapó los pocos farolillos que había dado tiempo a poner. Pero poco a poco abrió el cielo y caballos y feriantes empezaron a ocupar su sitio.

Las calles tenían un movimiento más pausado que otros días. Arreciaban el cansancio y la resaca, y en algunas esquinas podían verse esos curiosos personajes solitarios, con gafas de sol y lento movimiento oscilante alante-atrás, que parecen esperar el momento propicio para atreverse a seguir con sus vidas.

Entre los adoquines se lucían los jinetes más jóvenes: abundaban ésos a los que da miedo ver montando a caballo porque parecen muy poquita cosa para tanto animal, aunque quédese un rato si quiere ver cómo un chiquillo domina sin despeinarse a un caballo que pesa diez veces lo que él. Y en el caso de las niñas, sentadas a la amazona y todo.

En Bombita 8, una caseta familiar de 17 socios, la mayoría de ginecólogos o sus familiares, le pasaban los platos a un grupo de sevillanos que ya empezaban a verse con un pie fuera del Real. Virginia González, la hija del presidente de la caseta, vestida de gitana, explica que su Feria va "desde el Pescaíto hasta el viernes", porque son de los que se retiran cuando llega el fin de semana. Su padre apostilla que también han venido el fin de semana anterior, porque la caseta hay que montarla, así que ya llevan bastantes sevillanas a sus espaldas. Eso sí, el viernes se quedan "hasta que el cuerpo aguante".

La otra cara. El reverso de la Feria podía verse en la caseta del Colegio de Ingenieros, donde Conchi Vacas, esposa y madre de los ingenieros Francisco y Conchi Quesada, disfruta con unos amigos de unos platos de gambas que no se los salta un galgo. Vestida de flamenca por primera vez, en una caseta hasta arriba de gente -que tampoco es raro, porque te chocas con ella nada más cruzar la portada- disfrutaba de su primer día de Feria. Son de Jaén, pero vienen cada año desde hace ya más de una década, aprovechando el último fin de semana y los días que puedan cogerse antes. "Esta caseta está ambientada siempre, de día y de noche, a todas horas", aseguraba Conchi entre rejas color verde carruaje, mientras sonaban de fondo estruendosas sevillanas.

Con el sol ya en todo lo alto y un calor que comenzaba a ser agobiante los huecos de la Feria comenzaban a llenarse, y además de gente con ganas de disfrutar iban apareciendo vendedoras de claveles, de gafas y las ya tradicionales flamencas vestidas a juego que hacen discreta publicidad, en este caso de una marca de ron, intentando evitar la prohibición de hacer cualquier tipo de propaganda que rige en el Real.

Entre los feriantes de entre semana y los de fin de semana, una tercera especie comenzaba a tomar forma: el guiri puro y duro, que empezaba a dejarse ver, aún tímidamente, fotografiándose delante de alguna caseta o bajo la portada, aún lejos de llegar a entender la esencia de la Feria. Este año, sin embargo, los hoteleros auguran que se notará el bajón de extranjeros por las numerosas cancelaciones de reservas que se han producido, tanto por la erupción del volcán islandés que ha quebrado el espacio aéreo europeo como por las malas previsiones meteorológicas que se barajaban desde hacía semanas.

Era el tema de conversación en la copa organizada ayer por la Asociación de Hoteleros, y se veía claramente en las calles. A estas alturas suelen verse más turistas como los que ayer manejaban a duras penas un enorme plano de la Feria a pocos metros de la portada, tratando de adivinar qué significan los cuadritos de las casetas, paso previo a darse cuenta de que lo que en realidad debían buscar eran una caseta en la que les dejasen entrar. Porque en la Feria los extranjeros más felices son los que llevan guía nativo, como los que ayer iban cogiendo color gamba por Los Remedios, montados en un coche de caballos y rodeados de mujeres vestidas de flamenca.

Otro relevo fue el generacional: los niños empezaban a darse cuenta de que la frase de sus padres "ya iremos mañana a los cacharritos" se repite de forma sospechosa, y exigieron que ese mañana llegase de una dichosa vez, abarrotando la Calle del Infierno, que en la recta final suele cobrar protagonismo. Unos y otros tomarán el relevo durante un fin de semana en el que se esperan sol, calor y las típicas apreturas del fin de semana en la Feria.

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