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Ni un minuto que perder

Lo de ayer no eran sólo ganas de Feria: eran ansias de venganza. Los visitantes comenzaron a llegar tarde al Real, pero a la hora del almuerzo quedó claro que nadie iba a perdonar los días de diversión robados, que había que compensar como fuera. (Foto: José S. Gutiérrez).

el 15 sep 2009 / 03:08 h.

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Lo de ayer no eran sólo ganas de Feria: eran ansias de venganza. Los visitantes comenzaron a llegar tarde al Real, pero a la hora del almuerzo quedó claro que nadie iba a perdonar los días de diversión robados, que había que compensar como fuera. Entre eso, y las tradicionales visitas de forasteros el fin de semana, se colgó el cartel de No hay billetes.

"Yo llevaba treinta años sin pisar el sábado de Feria y mírame, aquí estoy, hay que estrenar los trajes", decía Inmaculada Vázquez a la puerta de la caseta Los disfrutones, en Gitanillo de Triana 141, con casi todas sus mesas ocupadas y muchos niños correteando, mientras fuera lucía un sol espléndido aunque sin que apretara demasiado el calor. Todavía era pronto y las calles del Real estaban casi vacías, con poco público y muy pocos enganches y caballistas, por culpa de una larguísima y bien aprovechada madrugada que la noche anterior había dejado derrotados incluso a los más incondicionales.

"Anoche fue horrible", confesaba Inmaculada, previendo que la cosa iría a peor, porque la suya es una caseta muy familiar a la que normalmente la gente ya no se acerca cuando llega el fin de semana. Ayer no. Ayer empezaba a llenarse a la hora de comer.

Igual que en Ricardo Torres Bombita número 10, otro módulo familiar de 16 socios en el que Alejandro Calero aguardaba lo inevitable: "¿Esto? Esto es flojito", explicaba, porque en las mesas preparadas para el almuerzo aún cabía algún que otro alfiler. "Aquí venimos de día los mayores y por la noche los hijos y los nietos, con lo que se pone esto a reventar. Espera y verás, en una hora no se puede entrar... ¿y tú no quieres una copita?".

Pero es salir de esa caseta, sobre las tres de la tarde, y empiezan a notarse los primeros síntomas de la inevitable avalancha: ya no se puede cruzar la calle confiando en que el caballo va a parar, como hace un rato, porque ya hay caballo, o coche de caballo, casi en todas partes. Abarrotados de gente deseando darse una vuelta. Igual que los caballistas, vestidos de corto. Y las mujeres de flamenca, muchas con complicados moños que no han podido lucir en toda la semana... y un montón de niños, y carritos con bebés, y cada vez más voces con acento madrileño por doquier... una rápida mirada a la portada y se encuentra la explicación: grupos numerosos de gente van apareciendo por entre las calles de Los Remedios, las lanzaderas de Tussam no dejan de soltar riadas de feriantes en las paradas, y todos, juntándose como si formaran un ejército en filas de a quince, van pasando bajo el arco bicolor que sirve de entrada a la Feria, imitando al Costurero de la Reina, y desparramándose por el recinto ferial.

Visitas en grupo. Las casetas particulares ya están llenas, sin disimulo. Hay que salir a buscar a quien viene de visita, porque los porteros comienzan a ejercer sin piedad. El cielo está azul, la temperatura es agradable, a la sombra hace hasta un poco de fresquito... y en la puerta de Juan Belmonte, 204, un grupo de mujeres, formando un corro, apura la Feria cantando y bailando sevillanas, acompañadas por instrumentos y rodeadas por decenas de curiosos que parecen no haber visto algo igual en la vida. "Venimos de la asociación de mujeres de Guillena, 45 mujeres en autobús, aquí no entra ni un hombre" dice de corrido y sin dejar de dar palmas La Charra, una de las más activas integrantes del grupo, tocada con una boina blanca con lunares rojos. "No tenemos caseta, pero comemos en la municipal y luego ni falta que nos hace, ¡que esto es una vez al año, hija!". Las demás asienten y ella se envalentona: "¡Que no todo va a ser limpiar, barrer y fregar!", dice antes de girarse para seguir tocando las palmas para animar a las que bailan las sevillanas.

María del Carmen Bea, entretanto, es la otra cara de la moneda, porque el fin de semana la Feria es de los pueblos o de los madrileños, y ella viene de Madrid, vestida de flamenca, para disfrutar con su sobrina y las dos hijas de ésta -las tres sevillanas y también vestidas de volantes-, de un paseíto por una Calle del Infierno que por fin lo parece. Monigotes de todo tipo moldean largos globos creando figuras que los niños miran embobados, los charlatanes de las tómbolas intentan atraer a clientes con sus enormes balones de espuma y sus muñecos de la Pantera Rosa, y los más pequeños tiran de sus padres para arrastrarlos hasta el Canguro o los coches de choque.

Hasta allí no se atreven a entrar los guiris que, mapa en mano, buscan casetas públicas para tomar algo mientras intentan orientarse entre tanta bulla. En los puntos de información se toma el pulso al cambio de tendencia en la Feria: "Ayer y hoy, a tope, nada que ver con los tres primeros días". La gente pregunta también mucho por la caseta en la que se reparan los rotos y descosidos de los trajes de flamenca, uno de los éxitos de esta edición de la Feria. Y un sevillano se enfada porque no consigue encontrar un pin de la portada como el que llevan muchos de los que pasean por las calles del Real.

... pero sin farolillos. Sólo recuerdan ya lo que ha llovido los cables con bombillas desnudas de farolillos -víctimas de los aguaceros, tras los que el Ayuntamiento se ha resignado y ha decidido no reponer salvo en torno a la caseta municipal-, aunque excepto los que llegan de fuera, que son los que más se esfuerzan en mirarlo todo, la gente ya ni lo nota. Una vez cogido el ritmo, los feriantes abarrotan las casetas en las que los camareros se esfuerzan en despachar todo el pescaíto frito, los montaítos y el lomo al whisky que no han servido los demás días. Y el rebujito, y los pastelitos que no se han comido en toda la semana. Y como hay que recuperar el tiempo perdido, las sevillanas se bailan en tandas de dos. Lo dicho, no son sólo ganas de Feria: la cosa tiene pinta de venganza en toda regla.

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