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No fue la Red la que protestó

España da un paso en su madurez tecnológica con el manifiesto ‘anti-Sinde’.

el 06 dic 2009 / 21:55 h.

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¿Cuál es la fuerza de internet? ¿Qué extraño arte de birlibirloque logra en 24 horas que una ministra se siente con los blogueros-internautas-protestantes y que un presidente del Gobierno rectifique sobre la marcha? ¿Tanto poder tienen las quejas, si se hacen desde el teclado de un ordenador? En absoluto. Probablemente, este país no ha vivido un reproche tan generalizado hacia una acción de su Gobierno desde que dijo No a la Guerra en 2003.

Y esa ha sido la fuerza de la movilización. La que en Twitter se ha etiquetado como el #manifiesto . La que ha llenado plazas en decenas de ciudades de todo el país pidiendo, únicamente, la "neutralidad de la Red".

Hace poco más de un año, el escritor argentino Hernán Casciari, con su habitual genialidad, proclamaba desde Sevilla la muerte de los blogs .

Decía Casciari que había pasado 25 años escribiendo. "Primero en cuadernos, con un bolígrafo. Después desde un Pentium e imprimiendo en una impresora de tinta a chorro. En ese tiempo a nadie se le ocurrió llamarme cuadernero y mucho menos impresor de chorrero, pero cuando empecé a escribir en un blog, los medios empezaron a llamarme bloguero", se extrañaba.

Sólo siguiendo el razonamiento de Casciari puede abordarse el paso en falso que ha dado el Gobierno. Resulta fácil entender los temblores de piernas en Moncloa y (seguro que en menor medida) en el Ministerio de Cultura, al ver que un manifiesto redactado por cuarenta personas al alimón a través de Google Wave -el último juguete de quien manda realmente en internet- conseguía más de 100.000 adhesiones en cuestión de horas en la red social Facebook.

No cuesta ver el sudor frío de los asesores de Zapatero contemplando cómo veinte personas por segundo hablan sobre el tema en Twitter y pensando que "a ver cómo lo hacemos para enmendar la plana de la ministra".

Más allá de la óptica legal o intelectual con la que debe ser interpretada esta situación, lo ocurrido -y lo que está por ocurrir- merece ser visto en clave social.

Neguémonos a pensar que el Gobierno ha cedido ante los internautas; rechacemos que los blogueros, representados por un nutrido y completo sanedrín de ellos ante la ministra, hicieron "doblar la rodilla", como se ha publicado, al lobby de la música, y asumamos que España ha contestado en masa a una medida que hacía aguas por todas partes.

Igual que le hacía aguas a José María Aznar su empeño en apoyar a Bush en la invasión de Irak y el país se le echó encima.

"No soy internauta ni televidente. Soy ciudadana ". Rosalía Lloret, directora de medios interactivos de RTVE, resumía así el pasado viernes en su cuenta de Twitter el espíritu de la movilización.

El #manifiesto ha removido las entrañas del Gobierno socialista porque la gente, las personas, lo han comprendido, lo han comunicado y lo han compartido.
La sociedad española empieza a asumir con madurez que el colectivo de los internautas es tan heterogéneo como el de los compradores de pan.

Que uno no es un tuentiero, un facebuquero, lo mismo que no es un cuadernero o un tinta de chorrero. O un conductor, o un telefonista, por el hecho de conducir o hablar por teléfono. "Es lo más cercano a hacer historia que he hecho en mi vida", contaba el otro día uno de los autores del manifiesto. ¿Por qué sólo lo más cercano? Quizá la historia no sea tanto haber frenado (veremos cómo y hasta cuándo) al Ministerio de Cultura en su intención de cerrar páginas web sin autorización judicial, que también.

Quizá en la historia lo que quede reflejado es el día en que la Red hispana maduró. Cuando la noticia dejó de ser internet en sí, al peligrar seriamente su contenido. No estaba en juego la libertad de los internautas. Insistimos. Sino la libertad de los ciudadanos.

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