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No se perderán como lágrimas en la lluvia

el 20 oct 2011 / 22:40 h.

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Cuando ETA se cobró sus primeras víctimas en Sevilla, en el atentado de la por entonces prisión Sevilla 1, la de La Ranilla, no había móviles. Ni internet. Fue el 28 de junio de 1991, y la falta de estos medios que hoy nos parecen poco menos que una extensión de nuestro cuerpo propiciaron que se tardara en saber qué había ocurrido. Una bomba en Sevilla 1, corrió el rumor que entonces era de boca en boca y no digital, pero muchos se fueron a que el atentado había sido en el edificio de oficinas Sevilla 1, en la avenida de San Francisco Javier. Aquello fue un caos, telefonazos (al fijo, claro) por aquí y por allá, y una falta de datos claros que disparó aún más el miedo colectivo. ETA mataba por primera vez en una ciudad que se preparaba para la Expo y que, precisamente por esto, había pasado a una primera línea en el interés de los etarras, si es que se puede hablar así de un terror global y ciego, irracional, que igual golpeaba en una playa que se llevaba por delante a varios niños de la manera más fría y encima lo justificaba.

Aún así, pese a que en España ya se habían vivido atentados terribles, Sevilla vivía en una especie de inocente limbo, con la sensación de que aquello ocurría en otros sitios. Nos sobrecogimos y lloramos con las masacres de Hipercor, con las de las casas cuartel de Zaragoza y Vic, pero lo que nos quedaba más cerca era cuando mataban guardias civiles andaluces en el País Vasco. Ya se habían producido atentados en Andalucía y sabíamos que tarde o temprano nos tocaría, que nadie se iba a librar de esto, pero no terminábamos de creernos que podría llegar de verdad.


Todo cambió el 2 de abril de 1990, con la Semana Santa a la vuelta de la esquina porque faltaban seis días para el Domingo de Ramos. Otra vez hay que recordar que no había ni móviles ni internet, así que al principio todo volvió a ser confuso. Unos decían que habían detenido a un etarra en Santiponce, otros que lo habían matado, los de más allá que había guardias civiles heridos, había un lío con algo de que era un error, que era un turista francés... Cuando se calmaron las cosas se supo que sí, que habían arrestado a un etarra, y que sí, que era francés, pero la maleta que traía el turista eran 320 kilos de explosivo que quería utilizar contra la comisaría central de la Policía Nacional, que entonces estaba en el edificio de la Gavidia que ahora lleva años vacío y viniéndose abajo. Aquello hubiese sido una matanza espantosa, con una Sevilla que se preparaba para la Semana Santa y que abarrotaba las calles del Centro como tiene que ser en estos casos.

Aquello nos metió el miedo en el cuerpo de verdad por primera vez. Hubo gente que le cogió miedo a aquella Semana Santa, porque te decían en la calle que seguro que ETA iba a querer vengarse del palo que se había llevado y que iba a aprovechar las bullas para aquello. Hubo padres que no dejaron salir solos a sus hijos aquellos días, y los hubo que se quedaron en casa con la inquietud clavada en el tuétano, pero la ciudad reaccionó de la mejor manera posible que fue comportarse con normalidad. Al final lo peor de aquella Semana Santa fue lo de siempre, la lluvia, que hizo que no hubiera pasos hasta el Martes Santo.

Pocos días después, el 19 de abril, se produjo el atentado con carta bomba que iba dirigida a Manuel Olivencia, el comisario general de la Expo. La funcionaria María del Carmen de Felipe perdió una mano. Lo siguiente fue la bomba en la cárcel, con cuatro víctimas. Quedaban sólo diez meses para la Expo y la seguridad del evento se convirtió en una obsesión. Todavía recuerdo a más de uno que no se sacó el pase de temporada por puro miedo, porque estaba convencido de que algo gordo iba a ocurrir en el recinto de la Cartuja.

Alberto Jiménez Becerril te llevaba algunas veces unos relojes imposibles, de color fosforito. Su asesinato junto a su esposa, Ascensión García, el 30 de enero de 1998, conmocionó a la ciudad. El recuerdo es doloroso, de unos días grises, plomizos de lluvia, con la gente hablando bajito y llorando por las esquinas del Ayuntamiento. Y Soledad Becerril, la alcaldesa, la amiga y mentora, con aire solemne, muy digno, como la viuda que recibe a familiares y amigos, de negro riguroso. Hace ahora 11 años, en octubre de 2000, se escucharon los últimos disparos de ETA en Sevilla, los que acabaron con la vida de Antonio Muñoz Cariñanos. La memoria reverdece el impacto en la ciudad, pero también la cacería del etarra herido, el círculo que se estrechaba, la Policía pidiendo a la gente que no saliera de casa por allí por la Macarena. Al revés de lo que decía Roy Batty, todos estos momentos no se perderán como lágrimas en la lluvia porque el dolor nos los grabó y porque tenemos la obligación de no olvidar. Y porque es tiempo de vivir.

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