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Nuevos tiempos, nueva liturgia

El 18 de julio, fecha bien significativa, realicé mi última intervención como dirigente del PSOE en el 10o Congreso Regional de mi partido. He calculado que a lo largo de mi vida política habré dado algo así como tres mil quinientos discursos. El que me disponía a realizar como despedida en ese congreso fue, tal vez, el más complicado de mi vida.

el 15 sep 2009 / 08:42 h.

El 18 de julio, fecha bien significativa, realicé mi última intervención como dirigente del PSOE en el 10o Congreso Regional de mi partido. He calculado que a lo largo de mi vida política habré dado algo así como tres mil quinientos discursos. El que me disponía a realizar como despedida en ese congreso fue, tal vez, el más complicado de mi vida. Comencé recordando una frase del escritor danés, Askildsen que, en un libro, cuenta la peripecia de una persona que había recibido un favor de alguien importante y que pasaban los días y semanas sin que tuviera la cortesía de llamarle por teléfono para agradecerle su favor.

Un día se armó de valor y lo llamó; lamentablemente el individuo había muerto. "Respiré aliviada" dijo ella. Esa experiencia me sirvió para decirla a los militantes de mi partido que nadie tenía que respirar aliviado porque me despidiera y dejara de ser secretario general porque nadie me debía nada. Al contrario, era yo el que manifestaba mi profundo agradecimiento a tantos hombres y mujeres socialistas que, durante treinta años habían permitido con su confianza que yo liderara el proyecto socialista para Extremadura y que pudiera encarnarlo desde mi responsabilidad de presidente de la Junta de Extremadura.

Enseguida, y aprovechando la intervención que previamente había hecho la nueva secretaria de Organización Federal del PSOE, Leire Pajín, les hablé de la nueva liturgia congresual del PSOE y los inconvenientes que yo le veía a esas nuevas formas, como se sabe, tan importantes en democracia. Me extraña sobremanera que ahora los socialistas sigamos un camino inverso al que históricamente ha conducido nuestros congresos: gestión de la Comisión Ejecutiva Federal del PSOE, críticas a esa gestión por los delegados, constitución y debate en las distintas comisiones para articular el programa político del partido, elección del los órganos de dirección federal.

La liturgia indicaba una lógica, se critica lo hecho, se juzga, se elabora un nuevo proyecto y se elige a las personas capacitadas para llevarlo adelante. Ese esquema fue el que hizo que Felipe González anunciara en el 28 Congreso su intención de no presentar su candidatura a la secretaría general, puesto que los delegados habíamos aprobado una resolución reafirmando el carácter marxista del PSOE. La coherencia hizo que Felipe nos ilustrara sobre la responsabilidad en una organización; con toda razón, nos pidió que eligiéramos a un secretario general que fuera capaz de gestionar el resultado de la propuesta aprobada, pero que no le exigiéramos a él que se doblara como la plastilina, adaptándose a cualquier tipo de programa político.

La nueva liturgia del PSOE impide ese desarrollo. En los nuevos tiempos, las cosas se conducen de otra manera: juzgada la gestión de la comisión ejecutiva, se procede a elegir al secretario general y una vez cumplido ese ritual, las delegaciones se reúnen en comisiones para elaborar el proyecto político. Imaginemos que las resoluciones que se aprobaran en ese trámite fueran en contra de los principios o convicciones del recién elegido secretario general; sólo quedarían tres alternativas: o este dimite a las pocas horas de haber sido proclamado, o acepta lo que le ponen por delante en un claro ejemplo de lo que sería un líder mercenario, dispuesto a venderse por cualquier precio, o los delegados deberían volver sobre sus pasos para adaptar sus propuestas a los deseos del secretario general electo.

Cualquier tiempo pasado no fue mejor pero hay liturgias que más vale dejarlas como estaban que por algo existían así desde hace ciento veinticinco años. Si las formas actuales hubieran existido cuando se celebró el 28 Congreso del PSOE, Felipe hubiera sido secretario general durante seis horas; no cabe a nadie la menor duda de que conocida la resolución sobre el marxismo, hubiera presentado su dimisión en el momento de haber sido aprobada por los delegados socialistas.

Me inquieta que los militantes socialistas hayamos aceptado disciplinadamente esta forma de hacer las cosas en un partido que siempre se ha distinguido, y se distingue, por la crítica, la discusión y la toma de posiciones tras largos y laboriosos debates. Aunque no me extraña porque cuando las formas eran otras, en los congresos socialistas estaba prohibido hablar bien de la labor de la comisión ejecutiva que se sometía a votación. Solo se permitía hablar total o parcialmente en contra. Lo positivo ya había sido expuesto por el secretario general en su discurso de gestión. A los delegados les tocaba o criticar lo negativo o callar y votar. En aquel tiempo se pensaba que quien sólo sirve para aplaudir, ni para aplaudir sirve.

cribarra@oficinaex.es

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