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Nunca bailó tan bien una matita de hierbabuena

Eva Garrido, la Yerbabuena, una flamenca de raza, lleva 30 años bailando y paseando sus éxitos por todo el mundo.

el 28 abr 2013 / 19:20 h.

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Eva La Yerbabuena. / Caricatura de Pandelet Eva La Yerbabuena. / Caricatura de Pandelet Las bailaoras de antaño, aquellas rollizas y sensuales que deslumbraban en el sevillano Café del Burrero a turistas, poetas y toreros, y que eran también encantadoras alternando con los clientes, se morían siendo bailaoras de casta y lo eran en el tablao y fuera del proscenio. Dicen los viejos de Sevilla que había que ver cómo iba de arreglada Juana la Macarrona a la plaza de abastos de la calle Feria, con su mantoncillo de flecos, el pelo recogido y una moña de jazmines que perfumaba toda la Alameda de Hércules. Las bailaoras de hoy casi pasan inadvertidas por la calle, como ocurre con los bailaores y los toreros, que van más a Decathlon que al sastre. Cómo iban a pasar inadvertidos el bailaor Caracolillo o el torero Rafael el Gallo.   Eva Garrido La Yerbabuena, que nació en la ciudad alemana de Fráncfort por pura casualidad, pero que es granadina de Armilla, se aleja bastante físicamente del prototipo de bailaora flamenca de rompe y rasga, pero sus ojos hubieran vuelto loco a Julio Romero de Torres. Hay en ellos un velo como de tristeza, aunque son tan profundos que cuesta aguantarle la mirada sin marearse. Por sus últimos espectáculos parece que comienza a aburrirse con la bata de cola, pero La Yerbabuena es una flamenca de raza. Todavía recordamos muchos sevillanos, cuando apareció bailando en la Bienal de Flamenco de hace al menos veinticinco años, cómo se entusiasmó con ella Manuela Carrasco, la gran bailaora calé de Triana. Y Matilde Coral, que sabe de baile más que El Estampío, y que la jalea incluso vestida de Santa Casilda, como comprobamos el pasado jueves en el Convento de Santa Clara.   Nació en Fráncfort pero a los quince días sus padres regresaron al pueblo granadino de Armilla. No levantaba dos palmos del suelo cuando comenzó a tomar lecciones de maestros como Enrique el Canastero, Angustilla o Mariquilla, que modelaron su figura y le dieron la técnica precisa. Lo demás se lo había pegado su madre en la piel al parirla en Alemania. O sea, el don del arte. A mediados de los ochenta ya había llamado la atención de los más grandes artistas del baile. Mario Maya, Manolete, Merche Esmeralda, El Güito, Javier Latorre o Joaquín Cortés se la disputaron para incorporarla a sus proyectos, y al universo del baile grande le nació una nueva estrella.   Hay varias fechas fundamentales en su carrera, pero hay dos que fueron vitales para su confirmación como figura y su lanzamiento definitivo al estrellato de la danza. En 1997, aparece en el documental Flamenco Womem, del director británico Mike Figgis, autor de Living Las Vegas. Un año más tarde, su actuaciones en el City Center de Nueva York y en el Teatro Real de Madrid, con el Ballet Nacional de España, la animan a crear su propia compañía, cosechando un gran éxito en la X Bienal de Flamenco de Sevilla con su montaje Eva, en el que ya incluso se atrevió a prescindir del remoquete artístico, algo tan importante para los flamencos que lo llevan desde que nacen hasta que se mueren. Los flamencos ya no la llamaban Eva la Yerbabuena, sino Eva a secas, como llaman ya Paco a Paco de Lucía o Curro a Curro Romero. Eva había muchas, pero pocas paraban el tiempo bailando por soleá, como lo hacía ella. Quien, además, se había hecho sevillana de adopción casándose con un gran guitarrista de Dos Hermanas, Paco Jarana, hoy el compositor de sus obras, el padre de su hija Manuela y el hombre que la hace sentirse feliz y protegida. Nunca un hombre tan sencillo y humilde, de pueblo, como es Paco Jarana, llegó a ser tan grande. Tanto, que no le importa asumir que dedica su vida a cuidar de que no se seque la hierbabuena del corral de su casa.   Si hubiera que definir con una sola palabra la carrera de Eva, esta sería intensidad. Es increíble la gran cantidad de cosas que ha hecho la bailaora y coreógrafa en tan pocos años, aunque tampoco es una recién llegada. Lleva treinta años bailando y, al menos, dos décadas de grandes éxitos por todo el mundo. Tenía solo 31 cuando fue galardonada con el Premio Nacional de Danza 2001, distinción que atrajo otros reconocimientos nacionales e internacionales.   Sin embargo, desde hace unos años la artista viene metiéndose en montajes escénicos muy elaborados en los que, sin restarle méritos a sus coreografías, se aleja bastante de lo que hacía en sus inicios. Nada que reprocharle en su extraordinaria evolución como bailaora, porque cada artista es libre de llevar su carrera como le plazca. Obras como El uso de la memoria o la estrenada estos días en Sevilla, Persuasión y devoción, sobre las santas de Zurbarán, le sirven para atraer a un nuevo público a los teatros, pero alejan a los más aficionados al baile clásico. A quienes no saben quién fue la genial artista de la danza alemana Pina Bausch y siguen recordando los paseos con bata de cola de Matilde Coral o Cristina Hoyos por los escenarios.   Eva la Yerbabuena es una bailaora grande en todo lo que hace, pero cuando baila por soleá o por alegrías, con bata de cola, es un prodigio de flamenquería, sensualidad e imaginación.

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