Nuria Espert infunde respeto en el mundo desde que, siendo una cría, recitaba en un teatro para ganarse la vida. Ahora, con 74 años y la rendida pleitesía de crítica y público, minimiza la reverencia y dice que ella no es "ninguna gran dama" porque no es "ni elegante ni enigmática", sólo "discreta".
En una entrevista con motivo de la concesión de la Medalla del Círculo de Bellas Artes de Madrid, que le entregarán hoy, Espert afirma que ha tenido la suerte de cumplir muchos sueños y que aunque ha dirigido teatro y ópera con éxito, no lo volverá a hacer porque no le da "el placer" que le da el teatro.
Entre los 13 y los 16 años, Espert recorría en su Barcelona natal una gran distancia caminando hasta el Teatro Romea para recitar los textos y poemas que le hacían aprenderse, de Pandereta, de Pedro Mata, a su "plato fuerte", un "drama horroroso" de un niñita que moría y con el que ponía a llorar a todo el respetable. Dice que entonces no era "ni bonita ni sociable", pero que tenía la misma memoria prodigiosa que, presume, le permite ahora, con sólo media de hora de repaso de un texto, interpretar una función de hace 40 años. "Mi memoria es un disco duro muy potente", ríe.
Su primer sueldo fue de "¡51 pesetas!", "importantísimo" entonces por la cuantía, que no por cómo lo había ganado: "Si me hubieran metido en una fábrica me habría dado igual".
Del Romea la sacó su "gran maestro" Esteban Pons y se la llevó al Orfeón Gracia, en el que los actores eran aficionados pero ella, sólo con 17 años, ya era una profesional que se aprendía para cada domingo una función distinta.
Y se cortó las trenzas, y empezó a cambiar todo "por dentro y por fuera": desterró complejos, hizo amigos y, sobre todo, se dio cuenta de que quería ser actriz y de las buenas. "Fue muy fuerte", resume.
Luego vinieron las "medeas", "bernardas", "toscas", "rositas" y "yermas"... unos papeles de "carga de profundidad" que le han reportado más de 170 premios y que no le "pesan", sino que más bien la "apuntalan". Desde que quiso ser actriz, su gran ambición, su pasión fue "el gran repertorio nacional e internacional", Shakespeare, Lorca, Lope, Brecht, Calderón, Valle Inclán o Sartre. "Son tesoros y mi locura era poder llevar alguno de esos títulos a escena", sostiene.