Local

Odoris causa

La fama es la fama y cuando se instala en el subconsciente colectivo, sea protagonista u observador, es difícil de desbancar. El lunes, en una estratégica esquina de Sevilla, se batían en dura pugna olores contrapuestos, potentes y con personalidad, sin llegar...

el 16 sep 2009 / 01:03 h.

La fama es la fama y cuando se instala en el subconsciente colectivo, sea protagonista u observador, es difícil de desbancar. El lunes, en una estratégica esquina de Sevilla, se batían en dura pugna olores contrapuestos, potentes y con personalidad, sin llegar, en cambio, a fusionarse. De una parte, algo de azahar, el de la indiscutible fama; frente a él, la discutida y no reconocida realidad: un fuerte olor a contaminante incienso y otro penetrante a adobo -negado en su modestia como seña de identidad sevillana-, todos ellos, con un fondo a humanidad caminante, emanante, trabajosa y festera, por la hora ya tardía, lejos de las abluciones rituales que no obligatorias, al parecer. No diré el nombre pero, en cierta ocasión, en la hispalense, el título de doctor debió haberse concedido odoris causa, y es que hay gente que se empeña en insistir en su afán comunicativo, invadiendo el espacio privado del olor propio, es decir, apestando a perros muertos. Tal era la eclosión olorosa en la efervescencia de la bulla que un ciudadano motivado y con conciencia -lo sé porque llevaba coleta y zarcillo- afirmó, sin dejar espacio para la duda científica, en el momento de máxima intensidad, que aquello, fueraparte de observable desde el satélite de Google, afectaba al cambio climático.

Mira por donde, ayer se supo que, según investigadores dublineses, el aceite de pescado, no el de freír adobo, es bueno para eliminar las flatulencias del ganado. Asunto de enorme importancia, sobre todo en regiones de máxima explotación ganadera, como Nueva Zelanda, en donde incluso se impone un gravamen por cabeza de ganado por la influencia de sus follones ovinos y vacunos en el aumento de los gases de efecto invernadero. Pobre humanidad, no nos salva ni el Protocolo de Kioto, ni las energías renovables, bastaría con la distribución masiva de pastillas de jabón y ponerle un poquito de comino a los garbanzos de Escacena y a los chícharos, reconocer la verdad y no sólo la fama, y no echarle la culpa al ganado.

Licenciado en Derecho y Antropología

aroca.javier@gmail.com

  • 1