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¡Oh, Hosanna! Desde El Salvador

Y El Salvador abrió sus puertas como cada Domingo de Ramos. La cofradía de los niños despertó la alegría y la luz tras cinco años de exilio obligado en una plaza desbordada de miles de fieles. La Sagrada Entrada en Jerusalén volvía a adentrarse en Sevilla al bajar la tradicional rampa y proclamar aquello de: "Hosanna en el cielo". (Foto: Paco Cazalla)

el 15 sep 2009 / 01:51 h.

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Y El Salvador abrió sus puertas como cada Domingo de Ramos. La cofradía de los niños despertó la alegría y la luz tras cinco años de exilio obligado en una plaza desbordada de miles de fieles. La Sagrada Entrada en Jerusalén volvía a adentrarse en Sevilla al bajar la tradicional rampa y proclamar aquello de: "Hosanna en el cielo".

Un día para estrenar. Eran las doce del mediodía y en la plaza del Salvador al menos cincuenta padres se alineaban perfectamente en una hilera frente al templo. No importaba el calor, ni tampoco la corbata nueva apretada al cuello a juego con el riguroso traje de chaqueta. En la rampa, jugaban mientras un grupo de niños esperaban la procesión. La cierta tranquilidad que se respiraba en la plaza se transformaba a unos metros, concretamente en la calle Córdoba, por el chillerío de los padres, las tías, las abuelas y... también los nazarenitos. Algunos debatían sobre el sabor de los sugus y el de los caramelos, otros simplemente estaban dormidos a pesar del ruido.

En la iglesia había un contraste predominante. La túnicas blancas de los que todavía no llegan a los catorce años y las negras que "simbolizan la madurez. El ruán negro significa para los más pequeños respeto", apuntaba Francisco de Asís García Luna, el último heredero de la saga de sacristanes de Sevilla desde 1561. Los hermanos del Amor que procesionan en la Borriquita, ya sea abriendo el cortejo o agrupando las hileras de tramos como diputados, hacen dos veces la Carrera Oficial pero para ellos "es sólo una porque la Borriquita me hace recordar los años de infancia y es como si viviera un pasaje de pasado".

En el lateral derecho se encontraban Nicolás, que pretendía subirse en el manto de la Virgen del Socorro; Agustín, que dormía plácidamente en una silla bajo el altar de las santa Justa y Rufina; y los tablones que recordaban el lugar a ocupar en la cofradía. "¡Que se me ha olvidado la papeleta de sitio! ¡Vaya cabeza! ¿Me dará tiempo de volver?", le preguntaba exaltada Virginia, que llevaba a su hijo a su primera estación de penitencia. "No te preocupes mujer, deja aquí al niño y dile a alguien que te la acerque", respondía el diputado de tramo esbozando una sonrisa. Y es que así es la hermandad de la Borriquita. Bulla, alboroto, caramelos, sueño, carreras, y sobre todo, nervios e ilusión.

Justo antes de formarse la cofradía, entre la puerta interior de la iglesia y la que da a la calle, un grupo de hermanos se encontraba rezando un padrenuestro. Ruán negro y gesto emocionado. Alumbrados por los cuatro faroles que cortejan la cruz de guía, el silencio y respeto contrastaba con el resto de la iglesia. El diputado de cruz de guía, Francisco Bonilla, simulaba con las manos bajo sus ojos el gesto de llorar y señalaba que "después de cinco años, lo que siento al llevar la cruz y ser el que sale por estas puertas es mucha emoción. Es prácticamente un honor", apuntaba Bonilla.

Las tres menos cinco de la tarde. El Salvador abre definitivamente sus puertas de la mano del sacristán Jesús Mendoza. La plaza estalla en un ensordecedor aplauso. La rampa repleta de niños. "¿Cuánta gente habrá aquí?", le preguntaba una madre asombrada al guarda de seguridad que custodiaba la salida de la hermandad y por la cual bajaban ya en tropel la cruz, los faroles, y un reguero de niños acompañados de sus padres.

El misterio en la calle. Es una de las estampas más bellas de la Semana Santa y de alguna manera confirma la tradición incipiente en estos pequeños cofrades. La variedad de posturas en los nazarenitos sacaba una sonrisa al millar de fieles que se congregaban para ver este reencuentro de la Borriquita con Sevilla. Las cabezas de un lado a otro con el vaivén de los tambores, nudos en las colas o alfileres en los capirotes que servían para ubicar los agujeros del antifaz.

Puntualmente, a las 15.30 horas, la voz de José María Rojas llamaba al martillo y agradecía el trabajo realizado cuando estaban en la Anunciación. "Parece un sueño. Esta primera levantá se la quiero dedicar a la Junta de Gobierno saliente, por hacernos más fácil la estancia fuera de nuestra verdadera casa". La plaza dijo: "¡Hosanna en el cielo!".

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