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Okupa, el rey moro

El pasado fin de semana, volviendo de ARCO con mi amigo Jaime G., arquitecto de talento y artista alternativo, vivimos un episodio desagradable en el AVE. Por una de esas absurdas circunstancias que a veces se dan, había varios viajeros con billetes erróneos o duplicados.

el 15 sep 2009 / 23:01 h.

El pasado fin de semana, volviendo de ARCO con mi amigo Jaime G., arquitecto de talento y artista alternativo, vivimos un episodio desagradable en el AVE. Por una de esas absurdas circunstancias que a veces se dan, había varios viajeros con billetes erróneos o duplicados. Pues resulta que, mientras nos encontrábamos charlando en la cafetería, el revisor nos pide los billetes y advierte que el de Jaime corresponde a un tren que debía de salir de Madrid dos horas más tarde.

Al parecer, el protocolo en esos casos contempla que al viajero hay que bajarlo en la siguiente parada. Con un desmedido celo profesional, el revisor aplicó el protocolo sin contemplaciones y le obligó a bajarse en Puertollano. Una actuación incomprensible, sobre todo teniendo en cuenta que ningún AVE paraba ya en esa estación hasta el día siguiente. Además, fue el único viajero al que bajaron. ¿Acaso por su pinta heterodoxa?

No obstante, pudo llegar a tiempo para celebrar el domingo el quinto aniversario de la okupación del Huerto del Rey Moro. Extraño y atípico caso el del Huerto del Rey Moro, un solar de enormes dimensiones -una media hectárea- en pleno centro de Sevilla, entre las calles Enladrillada y Sol. Cansados de esperar a que el Ayuntamiento ejecutara lo previsto en los sucesivos planes urbanísticos, un grupo de vecinos okupó el espacio para darle diferentes usos: huerta, zona de recreo infantil, cine de verano, lugar de encuentros vecinales, etc.

La okupación posee un interesante precedente literario: Robert Louis Stevenson fue un distinguido okupa. En Los colonos de Silverado, que hoy día habría que traducir al castellano por Los okupas de Silverado, describe cómo tomó posó posesión de un edificio abandonado junto a una explotación minera, acompañado, en plena luna de miel, de su esposa, su hijastro y un perro. Durante los dos meses que estuvo allí, le dio un adecuado uso al edificio y no molestó a nadie. A los numerosos espacios vacíos de hoy día, al menos a los públicos, no les vendría mal un poco de aliento humano.

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