Llega la cuaresma y comienza a escucharse por todas partes el tararí de unas hermandades sobre la inclusión de nuevos pasos en su cortejo penitencial o la pretensión que otras tienen de ingresar en la nómina de aquellas que realizan la Carrera Oficial. En una especie de democracia "a la sevillana" con no tres sino cuatro poderes, las cofradías opinan y sopesan y su Consejo exhorta, aconseja, ordena o veta como si estuvieran en una Ciudad Celeste sin pensar, ni unos ni otros, que también existe la Ciudad Terrena. Ni se les ocurre que en todo ello el Gobierno municipal, instituido por los ciudadanos para gobernar ésta, habría de tener la última palabra.
La Sevilla de hoy no es la de antes ni en población, servicios y hábitos, ni en mentalidad. El año eclesiástico sigue estando muy presente pero, en realidad, su potencia es sólo sentimental: las cuatro estaciones son naturales y el uso del viario urbano se rige por normas civiles. En este contexto hay que establecer unas bases de convivencia, similares a las que existen en Francia, donde la Iglesia católica levantó el templo de la Madeleine, en un lado de la Plaza de la Concordia, con las mismas trazas y columnas que la Cámara de Diputados, situada en el otro, pero en la que laicismo nunca significó irreligiosidad.
Aun siendo conscientes de su fuerza, los obispos franceses decidieron hace ya bastantes años que su posición ante la sociedad había de ser la de proponer en vez de imponer (Carta colectiva Proposer la foi dans la societé actuelle.1996), un talante sobre el que debería meditar la Sevilla ligada a las cofradías porque la ciudad es de todos sus ciudadanos, no únicamente de ellas. Decidir qué y c'omo hacer en sus salidas profesionales por cuenta propia podría convertirlas en lo que quizás debiera llamarse okupas penitenciales.
Antonio Zoido es escritor e historiador.