La vida de Annie está hecha un asco. Cuando se entera de que su mejor amiga Lillian va a casarse, se empeña en ser su primera dama de honor. A pesar de no tener pareja ni un centavo en su bolsillo, intenta salir airosa del comprometedor y caro ritual, al tiempo que va conociendo a las otras damas de honor del séquito de la novia, especialmente a su rival más directa (Helen). Mientras las guía por una creciente serie de desastres, Annie se da cuenta de que la persona que mejor la conoce le ha presentado a cuatro extrañas que van a dar un vuelco a su vida.
Con este guión, que ya hemos visto mil veces de mil maneras diferentes, ustedes me dirán si una comedia puede ser graciosa más allá de los cuatro chistes que aparecen en el trailer. La respuesta ya se la adelanto yo mientras ponderan si acudirán, a partir de mañana, a visionar La boda de mi mejor amiga o no. Y la respuesta es un no rotundo.
Como viene ocurriendo en los últimos tiempos con un noventa por ciento de las comedias que nos llegan desde el otro lado del charco, el filme dirigido por Paul Feig (aunque tanto hubiera dado si lo hubiera dirigido Crispin Glander) carece de encanto de principio a fin, adhiriéndose de forma rabiosa a esa olvidable "revisión" del género que Judd Apatow y sus acólitos nos han ido regalando desde que áquel firmara Virgen a los 40 (que, vista hoy, es la única que realmente hace algo de gracia).
Pero lo más lamentable de la función es que el guión, probablemente sabedor de que no va a llegar a todo tipo de público, termine cayendo de nuevo en los chistes de movimientos gastrointestinales y sus inevitables consecuencias como única forma de arrancar (si llega a arrancarlas) carcajadas del respetable. Lamentable. n
