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Otro año más sin despedirse

Sevilla vive con nostalgia el fin de semana de la Feria sin llenar el Real.

el 25 abr 2010 / 18:54 h.

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A Sevilla no le gusta decir adiós a su Feria. El domingo lo deja para el "a lo mejor me paso" o el "todavía igual me animo". Pero al final, van pasando las horas y el Real se queda muy solo en el último día de fiesta: nadie quiere despedirse, a nadie le gusta decir adiós a todo lo bueno que trae la Feria. Aunque sea una separación hasta el año que viene precedida de fuegos artificiales.

A mediodía, justo antes del almuerzo, el aspecto de los autobuses que llegan a la portada dan lugar a la esperanza. La mayoría llenos aunque sin la bulla de los días anteriores. Algunos jóvenes rezagados de la noche anterior apuran el último cartucho de energía haciéndose las que sí son las últimas fotos -por eso del estreno cada año de un nuevo motivo- bajo la avioneta centenaria. Es el día ideal para quedar bajo el arco principal de la portada.

En la Calle del Infierno el bullicio propio a pesar de intentar unificar el hilo musical vuelve a dar espacio a la ilusión de un domingo apoteósico de feriantes. Pero aquí son los niños los protagonistas y los que marcan el ritmo del día previo a la vuelta al cole. Para ellos también es duro olvidarse de las emociones fuertes de estos días: no saber si Bob Esponja estrenará al día siguiente un mejor disfraz o si papá o mamá se marearán más al bajar de la noria o en la caseta después de unas cuantas jarras de rebujito. En la puerta del Circo Mundial una cola de cinco personas y una pregunta en el aire: "Entre las 200 palabras que reconoce el oso humano, ¿estará la palabra adiós?", se cuestiona con sorna Andrés con su hija de la mano.

De vuelta a las casetas, ya no se oyen los pitidos de los mensajes en el móvil con el único texto de una calle del Real y su correspondiente número. Al menos suenan sevillanas, porque a las 13.00 horas muchas tenían puesta la radiofórmula pop. Hasta el próximo año no habrá tanto tiempo para las visitas, las invitaciones y tantas ganas de juerga. También se ven menos flamencas y las que pasean con un albero levantado después del sábado sin lluvia y un domingo asfixiante de calor, son muy jovencitas: "Con los días que amenazaban lluvia, la pobre no se ha podido vestir hasta hoy", cuenta Inma de su pequeña, con los lunares celestes sobre un blanco reluciente.

El paseo de caballos también es nostálgico y tristón. Los charrés aparcados frente a las casetas son espacio de juego de los pequeños y los caballistas se permiten la licencia de ir al trote por Pascual Márquez. Atravesar de acera no es una tarea dificultosa a no ser por los camiones de Lipasam, que mantienen a raya la poca basura acumulada.

Sin saber aún si en los próximos años habrá que ir al Charco de la Pava -no para aparcar sino para disfrutar de la Feria-­ o si en 2011 ésta durará nueve días, después de comer se cruzan los que no esperan a los fuegos y los que van a pasar la última tarde en el recinto ferial. Hay trasiego, pero el volumen de gente se mantiene estable con tendencia a la baja.

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Los adioses no son fáciles cuando se despide uno de la alegría, el jaleo, el baile y el cante. Los menos dados a la melancolía toman posiciones para poder asistir al espectáculo de los fuegos. Artificio y pólvora para que no sea tan duro el final. Así, se lanzan, puntuales y desde el muelle de Nueva York, 1.260 kilos de productos pirotécnicos. Las casetas empiezan a echar el cierre rayado de sus toldos y a recogerlo todo. Los autobuses dan de tiempo a los últimos que se mantienen en la calle hasta las dos de la madrugada: "Pensaba que me había despedido el sábado, pero después me hubiera arrepentido de no venir", dice Ángela tras el último cohete.

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