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Toros

Pablo Aguado tiene futuro

La capacidad, el sentido del temple y la calidad del novillero sevillano le convierten en el más firme aspirante a revolucionar la cantera.

el 18 jul 2014 / 10:08 h.

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Plaza de la Real Maestranza Ganado: Se lidiaron seis erales de los Hermanos Tornay, bien presentados.  Tuvieron movilidad y algunas complicaciones los dos primeros. Se dejó el tercero y fue más áspero el cuarto. Quinto y sexto sirvieron. Aspirantes: Pablo Aguado (Sevilla), de geranio y oro, ovación tras aviso y dos orejas tras aviso. Cristian Pérez (Escuela de Albacete), de azul noche y oro, silencio tras aviso y silencio tras dos avisos. Alejandro Gardel (Pinto), de horchata y oro, silencio tras dos avisos y palmas tras aviso. Incidencias: La plaza registró más de dos tercios de entrada en noche de calor cósmico. aguadoSe notaba en el ambientillo previo. El personal –con mayoría juvenil– había ido a la plaza a ver a Pablo Aguado. El boca a boca y el secreto placet de los profesionales habían puesto su nombre en el disparadero. El compromiso de anoche se antojaba una reválida definitiva para situarlo en la cabecera del relevo en la cantera del toreo sevillano, que anda falto de estas ilusiones. Pablo no falló y confirmó todas la certezas desde que se abrió de capa, cuajando con pasmosa autoridad y calidad natural al primer eral de la noche, que no siempre le puso las cosas fáciles. Esa fue precisamente la clave de su labor:torear e imponer el toreo bueno a un novillo complicado al que le hizo todo y todo bien. La faena se redondeó por el lado diestro hasta relajarse por completo pero la espada se atascó en todos los terrenos impidiéndole cortar el trofeo que se había ganado a ley. No importó. Con el recibo al cuarto terminó de marcar todas las distancias abriendo una ancha sima que le separó de sus compañeros de terna. Cinco ceñidos faroles de rodillas y una sabrosa revolera precedieron al quite estropajoso del aspirante albaceteño que Aguado pulverizó con un mazo de verónicas de temple, trazo y compostura de pura seda. La cuadrilla no fue a la zaga y cuando el sevillano tomó la muleta se presentía algo importante. No importaron las protestas y los berreos del novillo. La técnica asimilada y la capacidad contrastada de Pablo Aguado obraron el milagro. El eral acabó rompiendo en la muleta en una labor asentada, dicha con empaque y un puntito desigual por los altibajos que marcaba el propio novillo. Pero Pablo se acabó explayando definitivamente: la fase central de la faena reventó en los medios por naturales. Siguió una nueva serie sin cambiar de palo con un leve codilleo de puro regusto. La música –que nunca se entera de nada– volvió a mostrar su insolvencia taurina y paró de improviso el pasodoble destrozando el momento. La faena estaba hecha y la abrochó con ayudados altos y templados antes de recetarle una estocada que tuvo que ser refrendada con el descabello. Con o sin las dos orejas que cortó ya se había hecho un sitio en la final. Cuidado con él. El cartel lo completaban, diría mi abuela, dos forasteros. Cristian Pérez, de Albacete, puso más voluntad que acierto para amontonar pases y más pases a un segundo un punto violento pero de mucha movilidad que le propinó dos mamporros fuertes. Con el quinto repitió idéntica canción. Volvió a recetar un sin fin de mantazos después de rodar por los suelos en el inicio y final de faena. El tercero en discordia -que se llamaba Alejandro Gardel- era un madrileño de Pinto y finas maneras que brindó el tercero de la noche a su tío, el diestro David Mora que anda aún convaleciente de la gravísima cornada de Madrid. Había mostrado compostura con el capote y enseñó que sabe coger los cubiertos aunque no anda muy dispuesto a atracarse. Un ramillete de bonitos naturales nos despertaron de la siesta pero supieron a poco. Quedaba el sexto, y Gardel fue capaz de reeditar su buena puesta en escena con mayor compromiso cuajando una faena desigual que no estuvo exenta de buenos pasajes. Pero poco más.

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