Toros

«Paco, hemos llegado a Pozoblanco»

Paquirri toreaba en la capital de Los Pedroches la última corrida de la temporada. Los testimonios del banderillero sevillano Rafael Torres y el periodista cordobés Pepe Toscano prestan el hilo conductor para reconstruir las últimas horas del maestro de Zahara de los Atunes.

el 25 sep 2014 / 12:00 h.

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PAQUIRRI-ANIVERSARIOUn BMW blanco rompe la noche y se encarama en la negrura de Sierra Morena después de abandonar la nacional IV, buscando el cruce de Villanueva de Córdoba desde Ándujar. La sierra se abre a un tremendo valle en la madrugada espesa. Son ya muchas horas de volante en un largo viaje que partió de Logroño con la anochecida. La de la capital riojana había sido la penúltima corrida de una campaña a la que sólo quedaba una cita, en una tarde amable y de escaso compromiso. En dos días había que coger el avión para viajar a Venezuela, con Isabel. Pasaban las cinco de la mañana cuando Antonio Rivera frenó en la puerta del hotel Los Godos: «Despierta Paco, ya hemos llegado a Pozoblanco».

Pozoblanco es el centro del Valle de los Pedroches, una pequeña ciudad emergente, capital económica de esta tierra cercada de sierras que celebra sus fiestas en honor de la Virgen de las Mercedes. En los enormes carteles pegados a las paredes, con letras grandes, el nombre de Paquirri eclipsa los de Yiyo y El Soro, que alternarían con él aquella tarde. El sol blanco del primer otoño espanta la madrugada y despierta a los hombres de plata que habían llegado en el Volvo ranchera –siguiendo la misma ruta– casi de amanecida. Es hora de ir a la plaza a enlotar los toros de Sayalero y Bandrés. «Por la mañana fuimos al sorteo y de vuelta al hotel le comentamos a Paco los toros que le habían tocado. Avispado era el más chico, el más bonito de toda la corrida. Después de almorzar nos pusimos a jugar a las cartas. Le gustaba quitarnos el dinero a todos y no paraba nunca hasta que nos desplumaba. Siempre tenía que ser el ganador, era como un niño chico cuando ganaba. Tenía una caja llena de pesetillas y duros para apostar en aquellas partidas inofensivas», recuerda el banderillero sevillano Rafael Torres que toreaba a las órdenes de Paquirri junto a los diestros José Pichardo, Gregorio Cruz Vélez y los picadores Rafael Muñoz y José Luis Sánchez.

Mientras tantos, había doblado el mediodía en Córdoba y el periodista Pepe Toscano andaba haciendo tiempo en su casa del Brillante. Aún estaba esperando a Antonio Salmoral, el corresponsal de TVE, para marchar a Pozoblanco por la ruta de Los Villares. Había intentado varias veces ponerse en contacto con él sin éxito y, con el tiempo encima, se disponía a salir de viaje. A punto de ponerse en la calle, Salmoral apareció finalmente. Traía la flamante cámara de vídeo que le habían entregado por mediación de Matías Prats: «A las cuatro y diez no había llegado y me subí al coche. En ese momento llegó junto a un hijo suyo que estaba haciendo el servicio militar. Si hubiera salido algunos minutos antes, Salmoral no habría ido a Pozoblanco», rememora Toscano, que convenció entonces al bueno de Salmoral a pesar de sus reparos para acompañarle en ese viaje y estrenar la nueva cámara a pesar de que Televisión Española había desestimado filmar el festejo. Sólo la insistencia de Pepe Toscano terminó de convencer al camarógrafo Antonio Salmoral para ir a Pozoblanco.

A esa misma hora, en el hotel Los Godos de Pozoblanco se retiran los jugadores de una partida inocente: Pichardo, Cruz Vélez y el matador. Rafael Torres ya se había marchado a descansar y Ramón Alvarado, tío y mozo de espadas del torero, anda preparando el vestido azul cobalto y oro que iba a usar aquella tarde, el mismo que había estrenado en la Feria de Abril de aquel año. Paquirri recibe la visita del ganadero Juan Luis Bandrés. Entre bromas, hace amago de llevarse el dinero que habían liquidado al torero por la tarde de Pozoblanco: es un millón y medio de 1984. En un ambiente mucho más relajado que el es acostumbrado, termina de vestirse de torero. Llegaba el momento de marchar a la plaza.

El diesel de Pepe Toscano ya había remontado la Sierra de Córdoba en busca del puerto del Calatraveño. La radio estaba averiada y la tertulia sustituyó a las ondas. «En el viaje fuimos comentando las precariedades de la colaboración de Antonio con Televisión Española y al llegar a Pozoblanco comprobamos el ambientazo que se vivía en el pueblo. No pudimos meter el coche en la plaza como en otras ocasiones. Entramos allí y él se fue a un lado del burladero y yo a otro».

El Volvo de la cuadrilla de Paquirri también ha llegado a la plaza. Entre risas y bromas se habla de la partida. El torero anda eufórico y extrañamente comunicativo. Presume de haberles limpiado 40 duros. En los alrededores de la plaza no cabe un alfiler. Paquirri cruza a duras penas el gentío que aguarda a los toreros y en la puerta de cuadrillas se encuentra con el Yiyo, una figura emergente que comenta con el maestro las bondades de los toros de Sayalero y Bandrés. Con el run-run del público, apenas se oye el pasodoble. Ha llegado el momento de liarse el capote de paseo y dar el paso adelante: ¡Suerte, señores!

Paquirri es el encargado de despachar el primer toro. Sobrado y seguro, alterna con El Soro en banderillas. Entre barreras hay un muchacho rubio que se anuncia como Manolo y que anda queriendo ser torero. Se dice que es hijo de El Cordobés. Paquirri brinda al chico y Pepe Toscano, que se encuentra a su lado, escucha sus palabras: «Pelillos, te brindo este toro porque me caes muy bien y tienes mucha gracia». El maestro corta una oreja casi sin despeinarse y la corrida empieza a lanzarse. Yiyo y Soro empatan a dos orejas. El valenciano ofrece los palos a Paquirri que sale apurado de un par y al correr hacia las tablas sonríe a Toscano. La plaza de Pozoblanco ya es una fiesta y en los chiqueros aguarda el cuarto de la tarde, «el más bonito». Se llama Avispado, es negro y algo veleto.

Paquirri recibe al toro en los tendidos de Sol. Rafael Torresanda al quite: «le perdió un poco el respeto a Avispado. Lo toreó pegando lances mirando al tendido. El toro era sensacional aunque en la brega le hizo dos cosas raras y en la segunda le echó mano. Se estaba aguantando al toro en el burladero de la tercera suerte y Paco lo llamó desde los medios para llevarlo al caballo. El toro lo vio y se fue a por él. El caballo se estaba colocando y el toro hizo como un amago de irse para el picador. Paquirri lo llamó y en ese momento el animal se le venció por el pitón izquierdo. ¡Ay¡ Paco rectificó ligeramente pero se quedó tal cual. El toro se volvió, abriéndose, y él le perdió pocos pasos. El toro se le volvió a colar y no le dio tiempo de nada; le pegó medio lance pero el animal le arrolló y le metió el pitón hasta la cepa».

Pepe Toscano no da crédito a lo que está viendo: «cuando vi la cornada pensé que le había hecho presa, que le había hilvanado el pitón entre la taleguilla y la carne pero dio una vuelta de campana y cuando lo despidió salió un chorro de sangre enorme. Salí corriendo para la enfermería. Los que llevaban a Paquirri equivocaron el camino hacia la puerta de toriles y tuvieron que rectificar. Yo fui el tercero que entró allí. Los doctores Eliseo Morán y Ruiz González ya estaban preparados para intervenir. El cristal de la puerta estaba roto porque no encontraban la llave y tuvieron que darle una patada para abrir». (CONTINUARÁ)

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