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Palmas a compás para la nueva beata

45.000 personas arropan con ovaciones la beatificación de beata Madre Purísima de la Cruz.

el 18 sep 2010 / 14:18 h.

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Lo que hubiera disfrutado Javierre, su biógrafo, viendo la que hoy se montó en el Estadio Olímpico. Él, que soñaba con llevar el pasopalio de la Amargura a Roma para la canonización de Sor Ángela, seguro que hubiera gozado de lo lindo viendo emocionarse a todo un estadio con los andares de otro paso, el de la Esperanza Macarena, o comprobando cómo ayer Sevilla devolvía en ovaciones apenas una pequeña parte del amor y el sacrificio sin medida que las Hermanas de la Cruz entregan a diario.

Unas 45.000 personas, según datos del Ayuntamiento, presenciaron ayer en el Estadio Olímpico cómo otra Hermana de la Cruz, la madrileña de cuna Madre María de la Purísima, subía a los altares 28 años después de lo que lo hiciera la fundadora de la Compañía, Santa Ángela de la Cruz.

Al filo de las once de la mañana, transcurrida media hora desde su comienzo, se producía el momento más esperado de la ceremonia: la lectura de la fórmula de beatificación, primero en latín, por parte del prefecto para la Congregación de las causas de los santos, el cardenal Angelo Amato, y luego en castellano, por boca del postulador de la causa, el capuchino cordobés Alfonso Ramírez. "... Concedemos que la venerable sierva de Dios María de la Purísima, religiosa de la Congregación de las Hermanas de la Cruz, que iluminada por la sabiduría de la cruz gastó su vida al servicio de los pobres y de los enfermos y a la educación cristiana de la juventud, de ahora en adelante pueda ser llamada Beata y que se pueda celebrar su fiesta el 31 de octubre de cada año, día de su nacimiento para el cielo...". Una lluvia de pétalos caída desde las alturas del estadio acompañó el descubrimiento del cuadro de Madre María de la Purísima, obra de Daniel Puch, mientras en las gradas del gol norte, el lado opuesto al altar, se desplegaba un inmenso mosaico que reproducía la misma pintura: la séptima superiora general de las Hermanas de la Cruz sobre nubes y rodeada de ángeles. El mágico momento se vio realzado con el repique en vivo de las campanas de la Giralda, sonido que se coló en las pantallas y videomarcadores del estadio gracias a la conexión en directo de Giralda TV con la plaza de la Virgen de los Reyes. Los miles de asistentes a la ceremonia agitaban, puestos en pie, sus pañuelos al aire: blancos, rojos, morados, celestes, amarillos, naranjas... un color por cada una de las casas de la congregación, llenando las gradas de un extraordinario colorido.

Con todo, el instante de mayor emoción de toda la mañana se vivió en el arranque de la homilía de monseñor Amato, cuando en el encabezamiento de sus palabras saludó a las reverendas hermanas de la Compañía de la Cruz, que en número de 500 ocupaban una parcela sobre el césped del Olímpico. Fue pronunciar su nombre y estallar el estadio en una cerrada ovación, en un aplauso interminable. Hasta los cinco cardenales que concelebraban la ceremonia se sumaron al improvisado homenaje aplaudiendo sin cesar. Cuatro minutos de palmas, de alabanza a lo que representa el hábito de estameña parda que visten estas monjas. A los 135 años que esta Compañía lleva gastados en llevar un sonrisa a los pobres, en curar sus llagas, en limpiarles el cuartucho y, hasta ya muertos, en amortajarlos decentemente. Un aplauso eterno que el graderío culminó con unas impresionantes palmas a compás. Sencillamente memorable.

Muchas, muchísimas palmas cosechó también durante su excelente y acertada homilía el enviado del Santo Padre Benedicto XVI para la beatificación. El cardenal Angelo Amato inició su alocución de acento italiano improvisando una hermosa comparación. "Hoy, el Estadio Olímpico de Sevilla es una grande Iglesia, una grande Catedral, la segunda Catedral de Sevilla. Aquí luchan los mejores atletas del mundo, ahora contemplamos las atletas de la santidad", dijo mirando a la macha de tocas negras y albas que se extendía ante su mirada.

Salpicada con numerosos testimonios de hermanas, sacerdotes y testigos que conocieron personalmente a la ya nueva beata Madre Purísima, la homilía del prefecto para la Congregación de la causas de los santos fue interrumpida en numerosas ocasiones por el calor de los aplausos de los fieles. En el frontispicio de su alocución, dirigió sus pasos hacia la antigua calle Alcázares para admirar a "dos piadosas mujeres", Santa Ángela de la Cruz y la Beata Madre Purísima de la Cruz: "Estas dos mujeres han llevado realmente la Cruz de Cristo por las calles de Sevilla (...) con una vocación de santidad y de apostolado en favor de los más pobres y necesitados, escondidos en las dolorosas entrañas de esta bella ciudad. Las dos Hermanas de la Cruz, bajo su amplio velo negro, distribuían discretamente alimentos y bienes a las familias necesitadas (...). Sevilla, la ciudad de la gracia se convierte con ellas en la ciudad de la gracia divina".

Amato relató episodios mundanos que acreditan la probada caridad de Madre Purísima, como cuando libró de ratones el cuarto de una enferma abandonada a pesar del "horror" que sentía de los roedores, y la puso como "válido ejemplo de la fecundidad de la obediencia al carisma fundacional". "Mientras todo a su alrededor era un piadoso espectáculo de relajación en la doctrina y en las costumbres, ella fue heroica en incentivar la vida interior de sus Hermanas". Una fidelidad al espíritu de la Compañía fundada por Santa Ángela que, según Amato, "ha consentido al Instituto florecer, no obstante la pobreza y la austeridad de su regla".

Para Amato, "Madre Purísima puede ser verdaderamente llamada la Madre General del Postconcilio, porque llevó a la práctica la verdadera renovación que quería el vaticano II, es decir: fidelidad al Evangelio, a Cristo, a la Virgen María como Reina y Madre de la Compañía de la Cruz, a la Iglesia, a Santa Ángela de la Cruz, a la Regla y a las sanas tradiciones. Fidelidad a los valores, no a las modas. Fidelidad a la sustancia, no a las apariencias".

A las 13.20 horas, casi tres horas después de su inicio, la ceremonia de beatificación -la segunda que acoge Sevilla en su larga y fecunda historia- tocaba a su fin. Los continuos aplausos de los fieles fueron demorando la eucaristía más de lo previsto, de ahí que los organizadores, para no alargarla más, omitieran en última instancia el canto del Salve Regina a la Virgen y la entonación del himno a Madre María de la Purísima, la segunda Hermana, tras su fundadora, que es elevada a los altares celestes.

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