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Para gustos están los colores

el 27 ene 2013 / 18:15 h.

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Como saben ustedes y la wikipedia, el ágata no es propiamente un mineral, sino un conjunto de variedades microcristalinas del cuarzo. Lo mismo sucede con Ágatha, que no es una sola mujer, sino muchas micromujeres -la aristócrata, la diseñadora, la esposa, el icono de la modernidad, la niña grande...- que juntas arrojan la suma de esa mujer dura, polifacética, resistente a los reactivos químicos como a las malas lenguas, que lo mismo daría para fabricar un mortero que un reloj suizo, un fenómeno lleno de sorpresas y propiedades terapéuticas.

Igual que el ágata puro y duro procede del magma volcánico, la Ágatha que nos ocupa procede del magma social, tirando por la parte de arriba: hija de un arquitecto y aristócrata castellano, Juan Manuel Ruiz de la Prada y Sanchiz, y de una aristócrata catalana, María Isabel de Sentmenat y Urruela, nuestra protagonista vino al mundo en Madrid un 22 de julio de 1960 y, por si no lo sabían, ostenta los títulos de XII marquesa de Castelldosríus y XXIX baronesa de Santa Pau, además de Grande de España.

¿Quién dijo que el brillo se regala? Todo lo contrario: hay que pelearlo, y a piñón. Por ejemplo, con el fin de heredar de un tío suyo cierto título nobiliario, remitió al Congreso de los Diputados la proposición de una ley que iguala a hombres y mujeres en materia de sucesión, excepción hecha de la Corona, claro está.

Todo lo ha luchado igual en esta vida Ágatha Ruiz de la Prada. Sus estudios en la Escuela de Artes y Técnicas de la Moda de Barcelona, su primer empleo como ayudante del modisto Pepe Rubio, quien a día de hoy le debe más a ella que al revés; sus primeros desfiles y su primera tienda, no se alivió ni una miqueta, como dicen en ese sujeto de soberanía que antiguamente llamábamos Cataluña.

De la misma manera que el ágata opone sus vetas de colores a la negritud de la piedra volcánica, Ágatha quiso enfrentar ese color oscuro y tristongo de los primeros 80 con un furor cromático desconocido en la España de la primera Transición, donde aún había grises de porra fácil en la calle, y tantos televisores y frigoríficos eran todavía en blanco y negro.

Ropa feliz la definió la diseñadora, como feliz parecía el tiempo por venir: éramos todos jóvenes, imaginativos, popis y democráticos, y así debía de ser la indumentaria de la nueva era: fresca, original, suelta y, puesto que ya podíamos elegir quién nos gobernara y podíamos elegirlo todo, de mil colores, que para eso estaban los gustos.

Sólo la Iberia inmovilista y cerril podía reírse de aquellos diseños, diciendo que eran como vestir una piruleta o enfundarse una piñata. No se habían enterado esos dinosaurios de que la Movida hervía en las calles, y que pronto toda la gruesa caspa del país sería barrida a golpe de música tecno y de libertinaje.

Fue más o menos por aquellos años cuando debió de conocer al que sería su esposo, Pedro José Ramírez Codina, Pedro Jota para la vida pública, un muchacho de Logroño que, después de dirigir Diario 16, se lanzó a fundar El Mundo, donde todavía hoy sigue dándole algunos disgustos a los políticos -su hobby más conocido-, y levantando sonadas polémicas.

Y por más que sus enemigos aseguren que al Diablo lo viste la Prada, lo que en el fondo envidian son las corbatas que luce el periodista allí donde va, sin duda diseño y elección de su esposa.

Con Pedro Jota tuvo sus dos hijos, Tristán Jerónimo y Cósima Oliva, nombres que denotan que los progenitores son leídos. También inauguró, en los primeros 90 y una vez licenciada su marca, una familia numerosa de tiendas exclusivas, diseminadas entre Madrid, Barcelona, París, Milán, Nueva York y Oporto, además de en tiendas multimarca en más de 140 países. ¿Dónde estaban ahora los carcas aquellos que se mofaban de ella? ¿Se pondrían sus nietas su ropa, calzarían sus zapatos, se aplicarían una gota de sus perfumes en el envés de la oreja, verían pasar el tiempo en sus relojes, acariciarían sus revestimientos cerámicos, escribirían la lista de la compra con sus bolígrafos y cuadernos, vestirían a sus muñecas con sus diseños, se ajustarían sus medias, mirarían a través de sus gafas, beberían vino etiquetado por Ágatha? ¿O tal vez pondrían su hogar a salvo con las puertas blindadas, salvarían su vida con sus cascos de moto, leerían sus libros, comerían en sus vajillas, guardarían secretos en sus bolsos, lucirían sus joyas, se casarían con sus vestidos de novia, cotillearían a través de sus teléfonos celulares, se maquearían con su línea cosmética, encontrarían la luz en sus lámparas en las velas de sus barcos, pues todo eso y mucho más ha diseñado Ágatha?

Decía Pavese que las piedras son duraderas porque no sienten. Nada más lejos de Ágatha, que es puro sentimiento, puro color y puro espíritu de conquista, y sólo necesitó algunos años para ser eterna. No queremos imaginar la dureza que daría en la escala de Mohs .

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