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"Parece que el Señor me pidió que estuviera allí"

El agente de paisano que detuvo al agresor del Gran Poder es hermano desde hace 20 años

el 22 jun 2010 / 20:15 h.

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Esa tarde se iba a marchar a la playa, donde le habían invitado a pasar el domingo y el lunes. Sin embargo, a última hora decidió que se quedaba en Sevilla y que iría a la misa de las 20.30 horas en la Basílica del Gran Poder, del de que es hermano desde que tenía 16 años. "Parece que el Señor me dijo que no me fuera, que tenía que estar allí", asegura el policía nacional que el pasado domingo evitó que los destrozos a la talla del Gran Poder fueran mayores al reducir, con ayuda de dos personas más, al agresor.

 

J. A. -prefiere preservar su identidad- es policía porque lo lleva en la sangre. Su padre era agente y desde pequeño ha tenido el mundo policial muy cerca. Ingresó en el cuerpo hace seis años, entonces ya llevaba 14 años vinculado a la hermandad del Gran Poder, con la que realiza estación de penitencia cada Madrugá. El domingo tuvo que olvidar su corazón y dejarse llevar por la cabeza, por su profesionalidad. "La gente iba a por él y es comprensible hasta cierto punto, tiene su lógica, pero yo tenía que mirar por él, pese a lo que había hecho, porque no podía dejar que nadie se tomara la Justicia por su mano", destaca. Pero, no por esto a él le dolió menos la agresión que al resto de fieles que en ese momento iban a participar en el besapiés. "Imagínate lo que me entró a mí al ver a este hombre rompiéndole la túnica y agrediendo al Señor", asegura tras explicar su devoción.

Era la primera vez que este agente de 35 años se enfrentaba a una situación así, en la que de paisano y en un día de descanso se veía obligado a actuar. Pero supo reaccionar, pese al gran "revuelo" que en poco tiempo se formó en el templo.

"De repente comenzó la gente a gritar y vi a un hombre sobre la peana tirando de la túnica con la intención de romperla. Estaba empleando una agresividad increíble y nadie daba crédito a lo que estaba ocurriendo", explica el agente. El agresor aprovechó la salida del besapiés para acceder hasta el Señor. Lo mismo hizo el policía para evitar la cola de fieles. Mientras tanto pudo ver cómo "le daba patadas bestiales, para volcarlo. La intención no era hacerle una tontería, sino volcarlo y si se puede romper, mejor". Cuando ya llegó hasta él había un hermano que lo tenía "medio retenido" con la ayuda de otro hombre, "porque el agresor es una persona corpulenta".

Fue entonces cuando, Luis Carbajo Ordóñez se enganchó del brazo derecho y logró descolgarlo, aunque se le quedó metido por dentro de la túnica, "no llegó a caer al suelo". Los fieles comenzaron a agolparse alrededor del agresor y de las tres personas que intentaban reducirlo, "con la idea de ir a por él, para agredirlo, porque la gente estaba con un ataque de nervios". El policía se identificó para intentar poner un poco de tranquilidad, pero "la bomba" fue cuando apareció un gorrilla que suele estar por la plaza de San Lorenzo empuñando un cúter. "Se puso muy agresivo y tuvimos que ir dos personas para frenarlo porque iba a agredirlo, mientras uno de los hermanos reducía al autor". El agente volvió a identificarse pero, aún así, volvió a intentar clavárselo, hasta que, afortunadamente desistió.

Ya en la sacristía J. A. informó a Luis de que estaba detenido y le informó de sus derechos. "Le pregunté por qué había hecho esto y me dijo que ya nos enteraríamos del por qué y que él era el Mesías. No quise preguntarle más porque no tenía ganas de escuchar más tonterías", recuerda. Fue lo único que el agresor dijo, ni durante la agresión ni después explicó qué le llevó a agredir así al Señor de Sevilla. Lo único que pidió es que recogieran una mochila que había dejado a los pies del Gran Poder y que se llevó la Policía Científica. Minutos después llegaron los refuerzos.

En la calle se escuchaba el murmullo de la gente agolpada, por lo que la prioridad era sacar al agresor de allí, de ahí que le pidiera a la Policía Local, que llegó la primera, que se llevara al detenido hasta la comisaría de Blas Infante.
El agente vio las dos túnicas del Señor rasgada y pensó que los daños eran mayores. Sus superiores ya le han felicitado por su acción. La hermandad aún no. "Probablemente no sepan ni que soy hermano, pero ya me pasaré por allí más adelante", concluye.

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