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Partisanos de papel

Por Alicia Gutiérrez / Periodista.

el 17 nov 2013 / 17:02 h.

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Por Alicia Gutiérrez / Periodista de infolibre.es Me fugué de El Correo un día del final del verano de 2007 sin pararme a recoger ni la agenda ni la nostalgia ni las esquirlas de metralla. Siempre queda metralla en las paredes de una casa periódica y puntualmente sometida a bombardeo. Y sobre El Correo han caído muchas bombas, aunque ninguna tan devastadora como la que ha buscado borrarlo del mapa, como si en lugar de un periódico fuese un pequeño y peligroso país poblado de partisanos. Y quizá sí lo sea. Allí viven, y lo sé de primera mano, periodistas tozudos en su negativa a dejarse aplastar, tenaces para conquistar cada centímetro de noticia y mantener a salvo las fronteras de su territorio de papel. Como se dice ahora, cada periódico construye un relato. Y el de El Correo, aun con tachones y alguna falta de ortografía generalmente perpetrada por paracaidistas, es el relato de una ciudad con tres jueves que relucen más que el sol pero en la que, dentro y fuera de la postal, también la vida tiene sangre y músculos y dolor. Y, sobre todo, futuro. Desde que llegué a El Correo, hace ya tanto que dar fechas exactas equivaldría a una delación contra mí misma, este periódico que alguien definió como honorable ha vivido en perpetuo equilibro inestable. Pero los vaivenes, los golpes a la plantilla, esa continua negociación entre lo que se puede y lo que se debe tuvieron siempre una virtud esencial. O, al menos, la tuvieron para mí y otros a los que me une un cordón irrompible: si lo que no te mata te fortalece, El Correo nos enseñó que el periodismo vive en un paisaje más cercano al de las hormigas laboriosas que al de las cigarras del relumbrón. Cuando ganarte el pan de una exclusiva, o de un reportaje conmovedor, o de una entrevista de hierro envuelto en seda, cuando todo eso te deja exhausto y sudoroso, la madera del periodista se ennoblece. Y les aseguro que la madera de El Correo no solo es dura sino noble. Mucho. Por todo lo anterior, los 53 periodistas que hoy resisten en esa casa bombardeada, sosteniendo el techo y los cimientos con sus manos y, por qué no decirlo, con su corazón, todos ellos merecen que por una vez alguien reaccione. Que alguien, en resumen, se levante con las armas de la razón y el coraje para insuflarles ánimo. Y, por supuesto, dinero del de verdad, sin timos de la estampita ni bonos basura de los que acaban en el vertedero. El Correo necesita hoy menos elegías a su glorioso pasado y más mirada a su presente y su futuro. Entre otras cosas, porque si un día llegase el cierre, con sus periodistas desaparecería un modo de contar las ciudades que hay en la ciudad, el vértigo de esos pueblos que bracean contra la crisis, las manchas, también, que demasiadas veces oscurecen la cal. Si la piqueta de esta descomunal tropelía articulada por quienes vendieron como quien se sacude una mota de la chaqueta y quienes inicialmente compraron haciendo su propia cuenta de la vieja estafadora se hubiese concretado, muchos no habrían tardado en lamentarlo. Y, ahora, no hablo de sus periodistas. Quien deba tomar nota que la tome.

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