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Pasión ya está en El Salvador

Al fin en casa. El Señor de la Pasión y la Virgen de la Merced quedaron debajo del portentoso retablo de Cayetano de Acosta en la remozada Colegiata del Salvador tras su lustro de exilio. (Fotos: Javier Cuesta).

el 15 sep 2009 / 00:15 h.

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· Galería gráfica

Al fin en casa. El Señor de la Pasión y la Virgen de la Merced quedaron anoche delante del portentoso retablo de Cayetano de Acosta en la remozada Colegiata del Salvador después de un lustro en el exilio. Su traslado desde la Misericordia, sede provisional de la Archicofradía en estos años, congregó las primeras bullas de la Semana Santa. Sevilla vivió un anticipo del Jueves Santo.

El adoquinado estaba ávido de cera y los sevillanos más ansiosos aún de cofradías. El Señor de la Pasión arrastró ayer un auténtico mar de gente en su camino de vuelta al Salvador. El traslado supo a tarde de Jueves Santo: las primeras colgaduras asomaron a la plaza de Zurbarán, escudos mercedarios en las solapas de las chaquetas de los hermanos con cirio, sillas para aliviar la espera en la bulla y los primeros golpes de martillo resonaron por las calles del Centro. Sólo faltaron las mantillas y el ruán negro.

Ya se lo avisaba el mayordomo de Pasión, Manuel Alfonso, a Pepe, el veterano diputado de Cruz de Guía, en el umbral de la Iglesia de la Misericordia cuando veía el gentío que llegaba: "Vas a recibir más codazos que un Jueves Santo. Suerte que no llevas el antifaz". Y no se equivocó. Pasadas las ocho y media de la noche, el Nazareno de Martínez Montañés dejaba la que había sido su casa durante cinco años: la Misericordia.

En las andas, dos religiosas del Pozo Santo arrimaban el hombro de puntillas, junto a representantes de la orden de San Juan de Dios. El Señor silenciaba la muchedumbre que se concentraba fuera. El momento de recogimiento sólo es roto por los flashes de las cámaras. Todos quieren inmortalizar una de las imágenes de la Cuaresma.

Un cortejo elegante de 300 hermanos y hermanas marca el camino a casa con su reguero de cera roja. La salida de la Virgen recordó a la de San Hermenegildo. Una fuerte levantá en la puerta le dejó sin la tulipa de uno de los recogidos candelabros. Nada que no pueda solventar el prioste. Vestida de hebrea y con los cánticos de la coral de Fernando Caro sonando en el interior del templo, la Señora de la Merced emprendía el viaje de regreso. Pegadas a su manto, varias hermanas se acordaban, entre lágrimas, de los familiares que dejan en este exilio.

La calle Laraña está tomada por cientos de personas. En la bulla, el pregonero de la Semana Santa 2003, Francisco Vázquez Perea, le explica a sus hijos la estrofa: "Había una vez un hombre que se miraba las manos". Y es que el Señor maniatado con túnica lisa iba ganando terreno con la fuerza costalera de las hermandades del Jueves Santo.

En la angosta calle Cuna una espesa nube de incienso anuncia su llegada. Es entonces, cuando el presidente del Consejo, Manuel Román, aprovecha la luz de los comercios para hacerle una foto con el móvil. "Hoy me toca disfrutar", confiesa. A las diez menos diez, las andas de claveles rojos asoman a la Plaza del Salvador. En la esquina con Sagasta, los hermanos del Amor y del Rocío de Sevilla, con sus respectivas medallas al cuello, lo llevan hasta las primeras tablas de la rampa.

El rachear seco sobre la pasarela de madera anuncia el final. Una plaza abarrotada presencia el histórico momento en el que el Salvador engulle al Señor, no sin antes intercambiar su mirada con la estatua de su creador, Martínez Montañés. En el templo, les espera la Virgen del Voto y San Juan, mientras el rector de El Salvador, Francisco Ortiz, les da la bienvenida. Ante las andas, los hermanos se santiguan: "¡Al fin. Ya estamos en casa!".

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