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Perdió la socialdemocracia

No se puede negar. La derecha, con sus matices y peculiaridades, ha ganado las últimas elecciones europeas celebradas el domingo pasado y la socialdemocracia ha perdido, aunque en algunos pocos países haya sido capaz de constituirse como la fuerza política más votada.

el 16 sep 2009 / 04:13 h.

No se puede negar. La derecha, con sus matices y peculiaridades, ha ganado las últimas elecciones europeas celebradas el domingo pasado y la socialdemocracia ha perdido, aunque en algunos pocos países haya sido capaz de constituirse como la fuerza política más votada. En España la cosa no ha sido diferente: el PP ha ganado y el PSOE ha perdido. Ahora se producen las lecturas e interpretaciones, hasta el punto de que más de uno nos sentamos la noche del domingo pasado frente al televisor para ver y oír cómo habían ganado los que habían perdido. La primera lectura que se me ocurre hacer es que no ha pasado nada anormal. En unas elecciones, unas veces se gana y otras se pierde como, por cierto, ocurre siempre en la vida. La vida es una carrera de obstáculos que termina en fracaso, en el gran fracaso que es la muerte. Toda la vida intentamos prepararnos y superarnos, pero al contrario de lo que ocurre con el olimpismo, la cosa no termina en medalla, sino en muerte. Mientras tanto, como sucede con los ciclistas que corren una carrera, de vez en cuando nos arrojan una bolsa de aprovisionamiento que nos permite consolarnos y recuperar algo de felicidad para continuar sufriendo en la dura escalada. Eso pasa también en la política y, en esta ocasión, los electores han lanzado la bolsa a la derecha europea y al PP en España, mientras que los socialistas han tenido una pájara de la que no se recuperarán hasta que vuelvan a recibir los efectos beneficiosos del próximo avituallamiento. Así es la vida y así es la política. Mientras vamos entre nubes no distinguimos los detalles que, como en el vuelo de un avión, sólo se hacen presentes cuando despegamos y cuando aterrizamos. Cuanto más nos acercamos al suelo, más nítidamente apreciamos los detalles, las cosas, las personas, la realidad. Una vez que se alcanza la velocidad de crucero, el pasaje no tiene referencias y cree que está en el mejor de los mundos.

La socialdemocracia y el PSOE acaban de acercarse a la tierra, después del resultado del domingo pasado. Ahora es el momento de aterrizar y prepararse para el próximo despegue. Andalucía parece ser, según dijo el presidente del Gobierno recientemente, que se va a convertir en la pista de despegue del nuevo proyecto socialista para afrontar la crisis económica desde la perspectiva de la nueva economía.

Lo primero que tendrá que hacer el Gobierno de España es atacar la creencia, cada día más instalada en el seno de la sociedad española y europea, de que en asuntos económicos y políticos las diferencias entre socialismo y liberalismo conservador han ido desapareciendo y neutralizándose. Ambos movimientos políticos son la consecuencia de la Revolución Francesa; ambos movimientos defienden la libertad, la justicia y la democracia, diferenciándose claramente en el concepto de igualdad. Para ser más exacto, el socialismo español se diferencia también del PP en el concepto de libertad. Para los populares la libertad individual debe estar regulada por los poderes públicos que, sin embargo, deben abstenerse de intervenir en las libertades colectivas. Por el contrario, el socialismo español aboga para que el Estado no intervenga en las libertades individuales e intervenga en las libertades colectivas. El PP es partidario de regular la forma de casarse, de morirse, de unirse, de separarse, de creer, de nacer o no nacer, etc., mientras defiende que el Estado no se inmiscuya en la ordenación de los derechos colectivos, tales como salario mínimo, negociación colectiva, regulación del despido de los trabajadores, el derecho a un sistema de pensiones, etc. El socialismo defiende absolutamente lo contrario, como se ha puesto de manifiesto en los años en que una y otra formación política se han responsabilizado del Gobierno de España.

En cuanto a los derechos, las diferencias siguen siendo notables entre unos y otros. El socialismo sigue, o debería seguir, distinguiendo entre derechos y servicios. Como bien se sabe, los servicios se prestan desde la Administración Pública, en función de los recursos económicos disponibles; si los recursos son muchos, los servicios mejoran y se prestan mejor; pero si, por el contrario, los recursos económicos decrecen, el servicio se deteriora. Los derechos, sin embargo, no deben estar sometidos a esa eventualidad económica.

Los españoles, por el mero hecho de serlo, tenemos reconocidos algunos derechos que el Estado está obligado a prestar en las mejores condiciones para que la igualdad sea una aproximación no sólo teórica, sino real. Todos tenemos derecho a recibir una buena educación obligatoria, buena sanidad pública y una pensión digna que nos permita acometer, sin grandes agobios, la última etapa de nuestra vida postlaboral. Si el Estado tiene dinero podrá satisfacer razonablemente esos derechos, pero si no lo tiene, y aquí radica la gran diferencia con el PP, debe buscarlo allá donde se encuentre, fundamentalmente a través de una política impositiva justa y solidaria. Los derechos no son servicios que se prestan mejor o peor en función de la marcha de la economía. Los derechos son derechos y el socialismo está obligado a atenderlos en las mejores condiciones, independientemente de que la economía vaya mejor o peor, cosa que no entra dentro de los esquemas de la ideología liberal conservadora del PP. Si el PSOE es capaz de poner en valor, nítidamente, esas diferencias, los ciudadanos no tendrán dudas a la hora de saber qué representa cada opción política para citas electorales del futuro.

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