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Pervivencia del circo

De la misma manera que existió una época en la que sobre los pasos de misterio había buenos y malos que provocaban amor u odio y ahora sólo flores, plumas y capas de terciopelo que nadie mira, en nuestros días la llegada del circo apenas causa la vieja expectación...

el 16 sep 2009 / 01:33 h.

De la misma manera que existió una época en la que sobre los pasos de misterio había buenos y malos que provocaban amor u odio y ahora sólo flores, plumas y capas de terciopelo que nadie mira, en nuestros días la llegada del circo apenas causa la vieja expectación; ha quedado para las películas en blanco y negro la maravillosa entrada de su comitiva de paquidermos, prestidigitadores, equilibristas y payasos en la ciudad en fiestas, seguramente porque en los medios de comunicación tenemos diariamente espectáculos casi en cada una de sus secciones.

Pero, aunque ya no cause la antigua sensación, el circo de verdad, el que peregrina con su magia cada año de feria en feria, está ahí; lo componen hombres y mujeres que realizan las cosas más difíciles, que llegan hasta el mismo borde de lo imposible, que tienen la habilidad de convertir un objeto en otro o de eludir la ley de la gravedad, que son capaces de amansar y hacerse obedecer por las fieras. Y, además, realizan todo sin esfuerzo aparente, con la sonrisa en los labios y agradeciendo con gestos elegantes la alegría o la admiración que han provocado.

Y, a pesar de que parezca mentira, sigue habiendo gente que llena los asientos de su anfiteatro llevando a sus niños, sintiéndose tan o más felices que ellos. Durante unas horas desaparecen de su horizonte vital los reality shows, los grandes hermanos, los concursos a cara de perro, las operaciones que pregonan fama y que darán sabe Dios qué. El circo, como el Nacimiento navideño, muestra un universo distinto y tal vez sean los mismos quienes acuden a ver unos y otros. Quizás los conserven todos cuantos siguen creyendo en la posibilidad de otro mundo y se sumergen en sus símbolos para hacerse una idea. Puede que, sin saberlo, sean los fieles de una ancestral religión, ya abolida.

Antonio Zoido es escritor e historiador

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