Cultura

Pilar del Río: «Nos han dicho siempre que la guerra es inevitable. Y es falso»

«La única posibilidad para la paz es la educación, porque quienes confían en las armas son personas maleducadas y sin valores», dice la viuda del Nobel.

el 10 oct 2014 / 16:00 h.

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La periodista Pilar del Río, viuda de Saramago y traductora de sus libros, ayer en Sevilla. / Jesús Barrera La periodista Pilar del Río, viuda de Saramago y traductora de sus libros, ayer en Sevilla. / Jesús Barrera

Pilar del Río no sabe estar quieta jamás. Y mucho menos cuando se trata de una nueva novela de José Saramago. Hoy mismo presentará a las 20.00 horas en el Teatro Quintero la última, Alabardas (Alfaguara), de cuya traducción se ha encargado ella misma, como de costumbre. Una obra que en su opinión no solo devuelve al Nobel portugués a los anaqueles de novedades, sino también a la máxima actualidad, dada la absoluta vigencia de su tema de fondo: la guerra y la actitud de los ciudadanos ante la misma.

«Ante la guerra, la gente muestra indiferencia en la mayor parte de los casos, y las personas comprometidas, resignación», afirma la periodista sevillana. «Nos han dicho siempre que la guerra es inevitable. Y es falso. tenemos inteligencia para resolver los conflictos sin necesidad de armas.Si se recurre a ellas, es porque alguien tiene una industria y le interesa. Siempre recuerdo una frase del primer libro de José: ‘Mucho comía la guerra, y mucho enriquecía’. La guerra come vidas humanas, bienes, tierras. Y enriquece mucho a unos pocos».

Una pregunta inquietante –¿Por qué nunca ha habido huelgas en las fábricas de armas?– dio a Saramago el pie para concebir el personaje de Artur Paz Semedo, empleado de una de estas fábricas que se pregunta por cierta bomba de la guerra civil que fue saboteada en Badajoz y decorada con la leyenda: Esta bomba no matará a nadie. A partir de ahí comienza una peculiar investigación que nos permitirá conocer a este señor «solitario y taciturno» como todas las criaturas masculinas del autor –«como en cierto modo lo era el propio José», apunta Del Río–, en contraste con las femeninas, «siempre decididas y valientes».

En la familia saramaguiana que identifican todos los lectores fieles del Nobel «Artur Paz estaría emparentado con el señor José de Todos los nombres, el RaimundoSilva de Historia del cerco de Lisboa o el profesor de Historia de El hombre duplicado», explica Del Río, quien afirma que esta novela podría tener un reflejo perfecto en lo que sucede hoy con el Estado Islámico. «José escribía motivado por las noticias, pero no conocía lo suficiente el mundo árabe como para escribir con verosimilitud sobre él. De todos modos, nos están copiando: los burkas son una versión radical de los velos, mangas y medias con que nos obligaban a entrar en la Iglesia. Y la que había que liar para tomar anticonceptivos cuando yo tenía 25 años. He conocido los tiempos en que necesitaba autorización de un hombre para comprar una lavadora, y de abortar no digamos. ¿De qué estamos hablando?»

conciencia. Pilar del Río recuerda que para Saramago «los libros tenían que ser como un mazazo en la conciencia de las personas», y así vuelve a ocurrir con Alabardas, título reducido del original Alabardas alabardas, espingardas, espingardas.

«En su anterior novela, Caín, reflexiona sobre el hecho de que el libro sagrado empieza con un fratricidio. ¿Por qué pregunta el Dios omnipotente dónde está su hermano, por qué no evita ese crimen como evitó otros? ¿Por qué arrasa Sodoma y Gomorra con todos sus niños, solo porque los habitantes sean gays? ¿En eso se basa la religión y sus dogmas, en falacias violentas? Él, con 86 años, afirma: ‘Todo eso solo se sostiene porque hay armas detrás. Y lo mismo ocurrió en la conquista de América: si la cruz no convencía, detrás venían los fusiles’».

Alabardas se presentó en Lisboa con el ex juez Garzón y Roberto Saviano, éste último autor del epílogo de la edición. «La única oportunidad para la paz es la educación. Quienes están contra ella son unos maleducados y carecen de valores. José siempre esperaba que un día oyéramos la voz de los muertos de la guerra. Pero vivimos tan rápido que no lo hacemos nunca», concluye la periodista.

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