Economía

Pino Montano, orgullo obrero

La crisis ha hecho mucha mella en un barrio que no percibe aún signos de mejoría

el 12 nov 2010 / 20:23 h.

Estos locales se encuentran en la zona más antigua, la de los oficios.

Hay barrios que parecen pequeñas ciudades, pero no porque hayan perdido ese aroma de pueblo que tan bien conservan algunas zonas urbanas de la capital. A Pino Montano le ocurre.

Guarda ese sabor auténtico de barrio obrero pero sin complejos, como delatan las calles de oficios -muchos de ellos ya desaparecidos y añorados- que se concentran en la zona más antigua de la barriada. Paradoja que contrasta con la realidad de una crisis que se ceba con los más débiles, que se prolonga ya en el tiempo y que tiene su efecto más visible en el paro.

Como un elemento vertebrador se levanta la Parroquia de San Isidro Labrador, humilde y servicial, con su hermandad de y para el barrio. A sus puertas llaman a la semana cada vez más familias intentando esconder la vergüenza de reconocer que no les llega para comer. Reciben vales de comida, pero también lecciones de cómo aprender a comprar. Si hay que ir a por un aceite más baratito, pues no pasa nada. Y si la mantequilla no puede ser de marca, tampoco. Abundan en el barrio las familias numerosas, algo que, a efectos prácticos, se traduce en que no es lo más frecuente encontrar hogares que tengan a todos sus miembros en paro. Aunque también los hay.

Lo explica Jesús Colmenar, 33 años y desempleado, prioste de la misma, quien, además, se ofrece a guiarnos por sus calles.

Mientras tanto, narra los efectos de la crisis sobre su persona. Tres son los años de cuesta económica, el mismo tiempo que lleva sin trabajo, desde que le pilló la reducción de plantilla de la agencia de limpieza, aunque polivalente, para la que trabajaba.

Lo hacía en el parking de Torneo Parque Empresarial, esa microciudad que linda con el barrio y San Jerónimo -aunque sobre los papeles oficiales pertenece a El Higuerón- que llegó como un soplo de aire fresco para algunos comercios de la zona más nueva, bares sobre todo, aunque su efecto ya se desinfló.

Pasear con él por la calle es saludar a unos y otros, conocer sus historias, sus vidas. Y sus problemas. Nos acompaña Manuel Eslava, 24 años, también en paro, pues hoy sus servicios de asesoría de imagen personal son un pequeño lujo del que se prescinde en primer lugar. Muchos de su grupo de amigos, también sin ocupación, han vuelto a los libros ahora que no hay trabajo.

Justo enfrente de la parroquia se alza el mercado de abastos, rodeado de pequeños comercios. Llama la atención una cartulina en el escaparate de una zapatería que indica que todo el género de señora se vende a uno y tres euros. Para debajo continuar con otro que reza "Liquidación por cierre". María Ángeles está detrás del mostrador, no para de atender a clientes prestos a ahorrarse unos eurillos, como reconoce Victoria, con varios pares en las manos.

Cuando se le pregunta por el cerrojazo, María Ángeles no puede evitar las lágrimas y se esconde en el almacén. Son doce años trabajando allí. Hasta ayer.

El reloj marca las once. Hora de las compras, pero el mercado, aunque con clientes salpicados por los puestos, anda muy tranquilo. Se ven algunos con las persianas echadas y sin visos de abrir. Lo constatan Ana y Charo Gallardo, hermanas que regentan desde hace trece años uno de frutas y verduras que sí está animado. "En la esquina había una semillería que sólo se ha llevado abierta tres o cuatro meses". En lo que va de crisis, han visto cómo cerraban algunos y abrían otros que también tuvieron que desistir. Ana lanza un pequeño dardo.

"Éste es un barrio obrero pero aquí la gente come, aunque no tenga muchos lujos". Lo dice porque compañeros fruteros de otras zonas de la capital se quejan de que sus clientes mucho aparentar, pero poco comprar.

Entre la clientela, Soledad apunta que el paro ha llamado a su puerta. Sus dos hijos, soltero y casado, uno taxista y otro camarero, han perdido su empleo. Y la familia, ahí que está para ayudar.

Salimos a una galería comercial. "Mira, aquí había una tienda de ropa ¿ves? Todavía está el rótulo antiguo, y en el local de al lado, una ferretería", nos ilustran Jesús y Manuel. Pero lo que se ve es una macrotienda -han unido hasta tres locales- de ropa y artículos chinos. Pared con pared, una mercería y, al lado de ésta, otro establecimiento asiático. "Acorralado", bromean.

Entramos para comprobar si quien lo regenta ha sentido presión para que deje su local y, con sorpresa, encontramos una respuesta afirmativa. Emilio Segura, 57 años, lleva 24 con la tienda abierta y, aunque asegura que "el sol sale para todo el mundo, vienen avasallando". Su experiencia no es precisamente afable con sus vecinos comerciales.

"El local no es mío, estoy alquilado, así que llegaron a contactar con el dueño y a ponerle dinero encima de la mesa. Lo que ocurre -prosigue- es que nos une una gran amistad". Aunque admite que incluso entraron en la tienda "para echarme", Emilio le soltó unas cuantas cosas y le han dejado tranquilo.

Mientras lo cuenta, sus clientas, que se declaran muy leales porque tiene muy buenos precios y mucha calidad, reconocen que si un comercio abriera ahora de nuevas difícilmente sobreviviría, pero Emilio lleva allí toda la vida.

Unos pasos más adelante, los carteles de Compro Oro invaden los escaparates de una joyería, que ha olvidado prácticamente su negocio tradicional. "Yo ya no vendo oro, lo compro". Se nota lo que no es primera necesidad. Ahora el precio del oro está en máximos, se paga bien, y se ve de todo. "Desde el típico cliente que te dice que ha perdido uno de los dos pendientes hasta el que se quita la medalla del cuello aquí mismo, llorando porque no tiene para pagar las facturas". Para evitar problemas, no se admite la recuperación de las joyas, así lo han decidido. Es esta actividad "la que mantiene abierta la tienda".

El paseo continúa. Llegamos a otra zona de galería comercial. Bulle la actividad. Un fotógrafo, una pregunta al aire y comienzan los debates: uno de los daños de la crisis, otro de sus efectos colaterales y algún otro en demanda de más servicios para el barrio.

Gitanos, rumanos y marroquíes se entrelazan en la conversación, adobando las críticas con el sentido del humor. "Yo le daba a la mujer de Rajoy 30 euros para que hiciera la compra para ocho hijos", dice uno. "¿Será a la de Zapatero, no?, replica otro. "A las de los dos", zanja un tercero.

"Que los recortes empiecen por los sueldos de la Administración, no por los trabajadores, que son los que mueven la economía. Que se quiten ministerios y mesas vacías. Claro que hay soluciones a la crisis, no las quieren porque les atañen a ellos y a sus sueldos, pero sí congelar pensiones y quitar derechos", reflexiona en voz alta Manuel.

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