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Plácido Domingo o el triunfo del carisma

el 25 oct 2012 / 23:06 h.

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Plácido Domingo y Nino Machaidze en un instante del primer acto de la ópera.
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Opina Plácido Domingo que a los críticos del XIX les encantaba odiar a Massenet, como a Puccini algo después, porque "hacían llorar al público". El tiempo ha venido a arbitrar la disputa y hoy, una ópera como Thaïs no puede por menos que contemplarse con una media sonrisa ante la ingenuidad de unos planteamientos que, leyendo muy entre líneas, puede entenderse casi como una advertencia sobre los peligros de la estricta observación religiosa. En todo caso no es esta una ópera frecuente y este hecho por sí sólo ya constituye suficiente acicate para valorar positivamente su presentación en el Maestranza.

Otra clave de estas funciones es el regreso a Sevilla de Plácido Domingo después de las fundacionales veladas -en sentido estricto- que ofreció en este coliseo durante la Expo'92. Sería gratuito insistir en que el de hoy humanamente no puede ser el Plácido de entonces. Y el primero en saberlo y no caer así en caricatura alguna es él. Su Athanaël es más el de un barítono que el de un tenor, pero la impronta vocal y dramática está inalterable. Y es ahí donde podemos llegar a concluir que, si así lo quiere, Domingo tiene por delante aun un buen trecho de carrera en los escenarios. Su entrega resultó intachable y su carisma es aplastantemente camaleónico, convenciendo en cada aparición. Además hizo un ejemplar control del fiato y del fraseo.

Capacidades que igualó la soprano Nicho Machaidze, una Thaïs segura y de brillantes registros, resplandeciente en los momentos contemplativos y rotunda en los de mayor intensidad, con agudos estremecedores y un uso afinado del vibrato -Dis moi que je suis belle-. Grande fue la proyección del Nicias de Antonio Gandía y en exceso impostada la del bajo Stefano Palatchi. Con cierto aire belcantista, digno resultó el trabajo de Micaëla Oreste y Marifé Nogales. Pero en el abrigo de Domingo y Machaidze fue el Coro del Maestranza, que dirige Íñigo Sampil, el que brindó una de las mejores noches de las últimas temporadas, por su prestancia escénica pero, más aún, por la vaporosa maleabilidad de algunas de sus intervenciones.

En el foso, la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla, dirigida por Pedro Halffter, huyó del Massenet denso y pétreo para, contagiados por la atmósfera de irrealidad del cuento, brindar una lectura no liviana pero sí acogedora, con todos los detalles cromáticos bien expuestos y con esmerada atención a los espacios menos obvios de la partitura. En el detalle señalaremos la hermosa y popular Meditación que sirvieron Eric Crambes y Daniela Iolkicheva, violín y arpa, y el muy destacado tintineante pasaje orientalizante que sigue al célebre tema central.

La escena diseñada por Nicola Raab permitió que el discurso llegara con meridiana claridad al público, quizá hasta resultara excesiva su pedagógica pulcritud. No deslumbra ni extrae mayores consecuencias, pero posee momentos acertados -en el dibujo de un fosilizado patio de butacas en el tercer acto, en el zoom out de la estancia de Thaïs del segundo acto- y otros difusos o directamente kitsch -la tópica indefinición de la orden religiosa de Athanaël-. Llamativo fue el vestuario de Thaïs, obra de Johan Engels, y funcional la iluminación.

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