Los galos heredaron de los celtas el conocimiento del beleño y la belladona. La belinuncia que usaban los sacerdotes druidas era una variedad del beleño. Otras variedades similares como el eléboro negro eran usadas para bendecir el ganado y resguardarlo de conjuros diabólicos. En un viejo romance francés se cuenta la historia de un hechicero que se hacía invisible y podía atravesar los campos enemigos mientras iba esparciendo a su paso polvos de esta planta. No vaya a pensar sin embargo que el beleño vive a cientos de miles de kilómetros de usted, en tierras remotas habitadas por seres extraños.
"Está por todas partes", afirma Javier Irizar, especialista en pócimas y plantas medicinales. "El beleño es una planta silvestre que tiene gran cantidad de alcaloides y que, bien usada, es un potente somnífero". Bien usada. No quiera ni imaginar qué sucedería si se utiliza mal. Esta planta, de sencilla apariencia, crece espontáneamente en lugares donde hay piedras. Y, antes de la puesta a punto de la fachada de la Catedral, el beleño echó raíces en alguno de sus muros. "Es una planta de brujas", dicen quienes conocen bien sus propiedades.
No todo iban a ser margaritas y ramitas de abeto. Desde hace incontables siglos, el hombre ha utilizado el mundo vegetal con fines curativos y medicinales. Los primeros remedios se elaboraban a partir de extractos de plantas que ayudaban a cicatrizar heridas, eliminar cefaleas, aliviar dolores estomacales... pero también había algunas que ayudaban a evadirse durante un rato de la realidad. De esas se encuentran unas cuantas en el remozado Jardín Americano.
En un primer momento, estas plantas se empleaban para anestesiar al enfermo y evitarle algún tipo de sufrimiento. Pero, poco a poco, el homo ¿sapiens? empezó a destinar su consumo para fines personales. La lista de plantas alucinógenas es bastante amplia: cactus del peyote, cannabis, ipomea, salvia divinorum, ayahuasca... Algunas de estas se encuentran en el Jardín Americano y un informe de la misma institución ya alertaba a finales de 2010 de cómo algunos gamberros buscaban recolectar esas plantas que, recogiendo un dicho peruano, "hacen que los ojos maravillen".
Perú es, justamente, uno de los países de la Tierra con un mayor número de plantas alucinógenas en su territorio. Los indios consumían un cacto que contiene mescalina, la Opuntia cylíndrica. Lo utilizaban igualmente los chamanes, mezclado con otros productos, para obtener fenómenos de clarividencia, premoción y... ejem... visiones del Más Allá.
Pero no hace falta ir tan lejos, "en los jardines y parques de Sevilla suele haber plantas potencialmente peligrosas". Lo asegura el profesor titular de botánica de la Universidad de Sevilla Carlos Romero. "La mayoría de los árboles tropicales tienen sustancias tóxicas en las hojas, es su manera de defenderse ante los herbívoros", explica. A ras de tierra también anida el peligro. "El estramonio es una planta venenosa cosmopolita; crece en descampados y los niños juegan con las semillas", afirma.
También conviene poner distancia del ricino, un arbusto de tallo grueso, bastante común en Sevilla. "Sus semillas resultan muy atractivas visualmente y a los pequeños les llama la atención" Y los buscadores de rarezas pueden hallar en el Parque de María Luisa algún que otro ejemplar de acocantera, conocida también como laurel tóxico. Su bello aroma es tan potente como lo tóxico que son sus frutos.
En la confianza de que a ningún descerebrado le va a dar por prepararse una infusión de hojitas de adelfa, ficus o hiedra (otras tres plantas tan comunes como lesivas en la ingestión), el mejor consejo es adentrarse en el reino vegetal con ojos de explorador. En la tetera, como máximo, poleo menta. "Las plantas por sí mismas no son ni buenas ni malas, es el uso el que las hace peligrosas", concluye Carlos Romero. En el Jardín Americano se ha invertido mucho. Al menos, como algunos usuarios sugieren, sería deseable blindarlo a los amantes de las experiencias psicotrópicas.